miércoles, 24 de julio de 2019

Saladino, el 'buen conquistador' musulmán que luchó contra la barbarie de los soldados cruzados

Madrid,24/07/2019,abc.es,Irene Mira


Ilustración de Saladino, el caballero musulmán

La figura del sultán de Egipto transgredió en el tiempo y espacio: llegó a ser considerado como un gran héroe medieval tanto en las crónicas de sus aliados musulmanes, como en las de sus rivales cristianos.

La importancia de Saladino en la historia fue la de ser el único líder musulmán medieval respetado no solo entre sus seguidores, sino también por sus enemigos cristianos. La imagen de hombre cruel, despiadado y fanático con la que se le ha querido caracterizar en ocasiones está muy lejos de las descripciones que dejaron los cronistas de la época.

Su comportamiento político basado en la prudencia, la sabiduría y la caballerosidad es, quizás, una de las armas que mejor supo manejar este monarca. Todo ello hizo que los historiadores le convirtieran en una suerte de héroe medieval.

Al-Nāsir Salah ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, más conocido como Saladino, cuyo significado es «la honradez de la fe», nació hacia 1138 en Tikirt (actual Irak) y creció en la corte del gobernador turco de Siria del Norte. Se convirtió en el primer sultán de la dinastía ayubí que gobernó Egipto y Siria, conquistó Jerusalén como gran defensor del islam y logró unificar política y religiosamente el Oriente Próximo tras combatir con los cruzados cristianos. Es conocido, sobre todo, por haber vencido en la batalla de Hattin y su participación en la Tercera Cruzada liderada por Ricardo «Corazón de León».

El líder de Oriente
Para el mundo islámico Saladino fue un gran héroe medieval que consiguió unificar el islam cuando parecía prácticamente imposible. Se erigió así como paladín de la ortodoxia musulmana contra los invasores cristianos.

Su gloriosa carrera militar y el apoyo de su familia le permitieron escalar rápidamente los peldaños de la política para ser nombrado visir de Egipto en 1169. Con solo 31 años comenzó la unificación de Siria y Egipto, hasta entonces fragmentados y ocupados por los cruzados.

Según explica Robert Payne en «La espada del Islam» (Ático de Libros, 2019), su objetivo supremo era acabar con los francos, «quienes faltaban con el mayor desparpajo a los juramentos y cuya presencia en Tierra Santa se le antojaba insultante». De esta forma, el califa prolongó su propia yihad, «hasta convertir todas las iglesias en mezquitas». Saladino le dio un nuevo significado al conflicto contra el invasor cristiano: ya no era una simple conquista de territorios, sino una auténtica guerra religiosa.

El sultán nunca pensó en otra cosa que no fuera la yihad definitiva contra los cristianos. Sin embargo, para llevar a cabo esta empresa necesitaba librarse de los rivales que le disputaban el control de las tierras del califato.

Tras conseguir la bendición del Califa, Saladino recurrió con eficacia a la propaganda para atraer más seguidores a su causa y reunir un gran ejército. La meta que se marcó era tomar la ciudad santa de Jerusalén, ocupada por los cruzados.

La toma de Jerusalén pareció dar la razón a quienes veían en él el líder que el islam necesitaba
En la primavera de 1187 Saladino inició la invasión contra las posesiones cristianas a la cabeza de un enorme ejército. La batalla más destacada de esta campaña fue la de los Cuernos de Hattin, acaecida el 4 de julio de 1187. En ella venció al ejército cruzado de Guido de Lusignan (rey de Jerusalén) y Reinaldo de Châtillon.

Fue una matanza colosal en la que Guido cayó prisionero y Reinaldo fue ejecutado. Payne afirma que la victoria de Saladino fue completa: «los cruzados nunca se recobraron totalmente de ese descalabro». La toma de Jerusalén pareció dar la razón a quienes veían en él el líder que el islam necesitaba.

Todo un caballero para Occidente
A pesar de ser parte del mundo islámico, los cristianos lo admiraron por su carácter noble y caballeroso. Cuando Saladino entró Jerusalén garantizó a los derrotados que podían marcharse sin peligro. Fue un gesto muy noble con los enemigos.

Sin embargo, las guerras no habían terminado, pues los francos habían perdido la mayor parte de sus ciudades y fortalezas en Siria y Palestina. La conmoción y la indignación fueron determinantes para que el Papa Urbano III convocara de nuevo a cientos de caballeros para recuperar el Santo Sepulcro.

Así, los cristianos lanzaron una tercera cruzada para recuperar Tierra Santa. Entre los reyes que participaron destacaron Federico I del Sacro Imperio Romano Germánico, el francés Felipe III y el inglés Ricardo I. Estos construyeron un poderosos ejército que desembarcó en Acre y sitió la ciudad, donde ejecutaron a más de 3.000 musulmanes que residían allí. Una acción contraria al gesto de solidaridad que el sultán había tenido con los prisioneros cristianos en la toma de Jerusalén.

Para suerte de un Saladino débil y ya entrado en años, los cristianos nunca llegaron a menos de veinte kilómetros de la ciudad. De esta manera, consiguió hacerse con la victoria y conservar buena parte de lo ganado, incluida Tierra Santa.


Asedio de San Juan de Acre durante la Tercera Cruzada

Lo curioso de esta contienda es la relación que mantuvieron Ricardo Corazón de León y Saladino, quienes, a pesar de luchar uno contra otro, se tuvieron profundo respeto. Destaca un episodio en el que se muestra la amabilidad y el trato caballeresco del sultán hacia su rival: el musulmán hizo transportar nieve de las montañas que rodeaban Damasco para refrigerar la tienda del inglés, enfermo de fiebres.

Payne asegura que lo francos que lo conocieron daban fe de «sus ademanes nobles y altivos y de su porte, digno de un emperador y que en nada afectaban a su espontánea cordialidad ni a su simpatía»

¿La construcción de un mito?
La figura de Saladino transgredió en el tiempo y espacio. El general llegó a ser considerado como uno de los personajes más importantes de la Edad Media, tanto en Occidente como en Oriente. No obstamte, según Alfredo Crespo Borralla, la figura del «salvador del islam y el reconquistador de las tierras árabes» se ha mitificado por completo.

La cultura europea lo comparó incluso con Alejandro Magno. Cuando llega la Edad Media, los historiadores no encontraban ningún personaje al que poder atribuir esas pretensiones y que recogiera el testigo del monarca de Macedonia. Así, y según Crespo, «hasta que apareció una que parece aunar todas esas premisas; sin embargo, esta pertenece al mundo oriental y es Saladino».


Saladino protegiendo la ruta de las caravanas y a sus peregrinos

Por otro lado, la solidaridad del emir con sus enemigos cristianos también se ha llegado a poner en entredicho. Cierto es que no se le puede retratar como un monarca cruel, como sí lo fue Ricardo I. No obstante, hay autores que consideran que esta parte del carácter de Saladino también ha sido deformada. Payne es partidario de esta teoría. «Se olvida, en cambio, que su afán de ortodoxia le mandó ejecutar a cuantos hombres creyó culpables de herejía y de su encono para con los herejes», afirma en su obra.

El episodio tras la batalla de Hattin donde ejecuta a Reginaldo ha generado alguna que otra polémica en cuanto al caballeroso Saladino. Ibn Shaddad, quien relató su vida, dejó por escrito una sabrosa descripción de la escena: «Reginaldo fue llevado a presencia de Saladino […] Acto seguido le instó a que se convirtiera al islam y al oír la negativa del príncipe requirió la espada y le cercenó un brazo hasta el hombro».

Al parecer, Reginaldo había hecho incursiones contra las caravanas y había acabado con numerosos peregrinos; de ahí que Saladino lo matara, ya que estimaba la peregrinación como un rito sagrado. Ibn Shaddad cuenta que, si el sultán lo hizo, fue por dar un escarmiento al prisionero, quien había trasgredido las leyes sagradas del islam.

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