La concentración de turistas supone un peligro para el mausoleo y para sí mismos. / AFP
India limita el número de visitantes locales a 40.000 al día para preservar su gran monumento, amenazado por diferentes causas
Nunca hay que fiarse de las postales que presentan un Taj Mahal idílico. Esas imágenes que muestran un mausoleo blanco, impoluto, rodeado por jardines desiertos y reflejado en un estanque cristalino son una gran mentira. Lo cierto es que este edificio del siglo XVII se ve amenazado por hordas de turistas que, armados con 'paloselfis', buscan a codazos retratarse frente a la construcción más característica de India. En los días de mayor afluencia, su número puede superar los 70.000 y es difícil ver el suelo que pisan.
Son tantos que ponen en peligro el delicado mausoleo y a sí mismos. De hecho, el pasado día 28 cinco personas resultaron heridas en la estampida que se produjo en una de las puertas de acceso. Las autoridades temen que la próxima vez el drama se convierta en tragedia y han decidido cortar por lo sano: el número de visitantes de nacionalidad india se limitará a un máximo de 40.000 al día. Además, la hora de entrada estará marcada en los tiques y no podrán pasar más de tres horas en el recinto.
«El control de masas se ha convertido en un gran problema para nosotros», justificó un funcionario del Servicio Arqueológico de India. «No nos queda otro remedio que adoptar estas medidas impopulares, que han sido propuestas por el informe que en 2012 se encargó al Instituto Nacional para el Estudio de la Ingeniería y el Medio Ambiente», añadió el ministro de Cultura, Mahesh Sharma.
Curiosamente, los visitantes extranjeros no estarán limitados por este cupo. Todos los que así lo deseen podrán acceder al mausoleo que el emperador musulmán Shah Jahan mandó construir en 1631 para rendir homenaje a Mumtaz Mahal, su esposa favorita, tras su muerte al dar a luz. Claro que pagan cara la visita: 1.000 rupias, 13 euros con los que se pueden comprar 25 entradas para indios. Estos últimos podrán entrar al Taj Mahal aunque se haya alcanzado el tope diario si abonan las mil rupias del tique de turistas foráneos.
Por si todo esto no fuese suficiente para ahuyentar a los visitantes, hay que subrayar que es casi imposible ver el edificio en todo su esplendor, porque siempre hay alguna zona que está siendo rehabilitada y permanece cubierta por andamios o lonas. El mármol blanco incrustado con piedras semipreciosas sufre los rigores del entorno: en algunas zonas está verde por los excrementos de los insectos; en otras la polución atmosférica lo ha vuelto ocre. Definitivamente, las exóticas fotografías con las que las agencias de viaje atraen a sus presas no existen.
Pero el año pasado 6,5 millones de personas sucumbieron a los encantos de un monumento que es Patrimonio de la Humanidad desde 1983. Al fin y al cabo, está considerado tanto una oda al amor como el máximo exponente del arte islámico en India, algo que también le ha granjeado problemas. Es más, hay quienes sostienen que su historia es una gran mentira y que, en realidad, el Taj Mahal es un templo hinduista. Una minoría extremista incluso aboga por destruirlo antes de que acaben con él los bichos y la contaminación.
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