París, Francia, 26 de agosto de 2008,Organización Editorial Mexicana,Carlos Siula.-
Choque de Culturas en la Globalización. Foto: Archivo
La reciente decisión de rehusar la nacionalidad a una mujer porque usaba burqa, tradujo el creciente malestar que existe en Francia por la creciente islamización de la vida cotidiana que se percibe desde hace algunos años en el país.
El Consejo de Estado se negó hace algunas semanas a conceder la nacionalidad francesa a una marroquí que tenía el rostro cubierto por ese velo islámico que sólo permite ver los ojos. Los sabios -como se llama habitualmente a los miembros de la más alta jurisdicción administrativa- argumentaron que se trataba de una "práctica radical de la religión incompatible con los valores esenciales" de la República.
Esa delicada decisión, susceptible de originar una ola de polémicas y críticas, inesperadamente fue respaldada por toda la clase política, desde la extrema derecha racista hasta la izquierda republicana.
En otro contexto, ese episodio hubiera pasado inadvertido. Pero los franceses tienen la sensibilidad a flor de piel, debido a otros dos casos urticantes que se produjeron en los últimos meses. A fines de junio, un musulmán internado en una clínica católica exigió que retiraran el crucifijo de su habitación. Poco antes, a fines de mayo, un hombre obtuvo la anulación de su matrimonio porque la mujer no era virgen. Esa decisión judicial, posteriormente apelada por el fiscal, desencadenó un vendaval de reacciones porque fue interpretada como una aplicación de la chariá -la ley islámica- en detrimento de la justicia francesa.
En ese marco, el episodio de la burqa operó como un catalizador de las aprensiones silenciosas que suscita la creciente islamización de la vida cotidiana. Los franceses perciben que -a través de actitudes, gestos, actitudes, decisiones y evolución de las costumbres-, su país va incorporando aceleradamente un carácter cada vez más islámico. En los últimos años, la sociedad acumuló esas tensiones, como un volcán antes de la erupción.
El aspecto más visible de ese cambio, que conoció una aceleración en los últimos cinco años, es la proliferación de mujeres cubiertas con chador y se tapan la cabeza con velo o pañuelo, y los hombres de barba vestidos a la moda afgana con pantalón, túnica y gorro tejido de hilo blanco.
Poco a poco, las empresas terminaron por aceptar que las empleadas trabajen vestidas con ropa islámica. Las únicas restricciones por el momento son los puestos de atención al público en las empresas del Estado, sometidas al principio republicano de laicismo. Pero las calles de algunos barrios periféricos tienen, por momentos, el aspecto de una ciudad árabe. Inclusive la famosa avenida de Champs-Elysées adquiere -a última hora de la tarde y durante los fines de semana- las características de una calle comercial de El Cairo, Casablanca o Estambul.
El filósofo Olivier Roy sospecha que la exhibición de las costumbres musulmanas constituye "una afirmación de identidad para los inmigrantes de primera generación".
En un país donde residen entre 5 y 7 millones de musulmanes, que representan aproximadamente 8 por ciento de la población, el Islam es desde hace años la segunda religión de Francia. Algunos cálculos, incluso, suponen que la comunidad de origen árabe se duplicará en un plazo de 25 años.
En algunas ciudades como Marsella la población árabe asciende a 25 por ciento. Con frecuencia existe cierta confusión entre las nociones de "árabe" y "musulmán". Esa sensación se agudiza precisamente con los inmigrantes de primera generación, que se resisten a integrarse totalmente en la sociedad occidental y mantienen comportamientos culturales y de alimentación, formas de vestir o prácticas religiosas de sus países de origen. Aun los árabes laicos cumplen el ayuno durante el Ramadán y festejan el final de ese mes de suplicio, de la misma manera que los occidentales celebran Navidad o respetan -cada vez menos- la abstinencia del Viernes Santo.
En los barrios con fuerte densidad árabe, los restaurantes tuvieron que inclinarse ante la realidad y -desde hace tiempo- proponen platos halal, es decir, preparados sin carne de cerdo y conforme a las disposiciones de la ley islámica. Desde hace años, los comedores escolares de Francia dejaron de servir cerdo y chacinados para no discriminar a los niños musulmanes.
Ahora se abrió un nuevo foco de tensión, debido a la exigencia de la jerarquía religiosa islámica de servir únicamente carne de animales sacrificados según el rito halal. "No es posible marginar a los niños franceses, que son mayoritarios, para complacer a los árabes", protestó el líder derechista Philippe de Villiers.
Incluso los restaurantes de fast-food -como McDonalds, Quick, King Burger o Pizza Hut- tienen hamburgueses sin cerdo o especialidades halal.
Para los franceses, que no son precisamente un modelo de tolerancia, otro aspecto irritante es la multiplicación de mezquitas y "sitios de culto" -que pasaron de un centenar en los años 70 a mil 600 en la actualidad-, y la ola de 60 mil a 70 mil conversiones, incluyendo el emblemático caso del futbolista Franck Ribery.
Islam España es el portal del islam en lengua española , un proyecto de futuro para la convivencia,la cooperación y el diálogo.
Choque de Culturas en la Globalización. Foto: Archivo
La reciente decisión de rehusar la nacionalidad a una mujer porque usaba burqa, tradujo el creciente malestar que existe en Francia por la creciente islamización de la vida cotidiana que se percibe desde hace algunos años en el país.
El Consejo de Estado se negó hace algunas semanas a conceder la nacionalidad francesa a una marroquí que tenía el rostro cubierto por ese velo islámico que sólo permite ver los ojos. Los sabios -como se llama habitualmente a los miembros de la más alta jurisdicción administrativa- argumentaron que se trataba de una "práctica radical de la religión incompatible con los valores esenciales" de la República.
Esa delicada decisión, susceptible de originar una ola de polémicas y críticas, inesperadamente fue respaldada por toda la clase política, desde la extrema derecha racista hasta la izquierda republicana.
En otro contexto, ese episodio hubiera pasado inadvertido. Pero los franceses tienen la sensibilidad a flor de piel, debido a otros dos casos urticantes que se produjeron en los últimos meses. A fines de junio, un musulmán internado en una clínica católica exigió que retiraran el crucifijo de su habitación. Poco antes, a fines de mayo, un hombre obtuvo la anulación de su matrimonio porque la mujer no era virgen. Esa decisión judicial, posteriormente apelada por el fiscal, desencadenó un vendaval de reacciones porque fue interpretada como una aplicación de la chariá -la ley islámica- en detrimento de la justicia francesa.
En ese marco, el episodio de la burqa operó como un catalizador de las aprensiones silenciosas que suscita la creciente islamización de la vida cotidiana. Los franceses perciben que -a través de actitudes, gestos, actitudes, decisiones y evolución de las costumbres-, su país va incorporando aceleradamente un carácter cada vez más islámico. En los últimos años, la sociedad acumuló esas tensiones, como un volcán antes de la erupción.
El aspecto más visible de ese cambio, que conoció una aceleración en los últimos cinco años, es la proliferación de mujeres cubiertas con chador y se tapan la cabeza con velo o pañuelo, y los hombres de barba vestidos a la moda afgana con pantalón, túnica y gorro tejido de hilo blanco.
Poco a poco, las empresas terminaron por aceptar que las empleadas trabajen vestidas con ropa islámica. Las únicas restricciones por el momento son los puestos de atención al público en las empresas del Estado, sometidas al principio republicano de laicismo. Pero las calles de algunos barrios periféricos tienen, por momentos, el aspecto de una ciudad árabe. Inclusive la famosa avenida de Champs-Elysées adquiere -a última hora de la tarde y durante los fines de semana- las características de una calle comercial de El Cairo, Casablanca o Estambul.
El filósofo Olivier Roy sospecha que la exhibición de las costumbres musulmanas constituye "una afirmación de identidad para los inmigrantes de primera generación".
En un país donde residen entre 5 y 7 millones de musulmanes, que representan aproximadamente 8 por ciento de la población, el Islam es desde hace años la segunda religión de Francia. Algunos cálculos, incluso, suponen que la comunidad de origen árabe se duplicará en un plazo de 25 años.
En algunas ciudades como Marsella la población árabe asciende a 25 por ciento. Con frecuencia existe cierta confusión entre las nociones de "árabe" y "musulmán". Esa sensación se agudiza precisamente con los inmigrantes de primera generación, que se resisten a integrarse totalmente en la sociedad occidental y mantienen comportamientos culturales y de alimentación, formas de vestir o prácticas religiosas de sus países de origen. Aun los árabes laicos cumplen el ayuno durante el Ramadán y festejan el final de ese mes de suplicio, de la misma manera que los occidentales celebran Navidad o respetan -cada vez menos- la abstinencia del Viernes Santo.
En los barrios con fuerte densidad árabe, los restaurantes tuvieron que inclinarse ante la realidad y -desde hace tiempo- proponen platos halal, es decir, preparados sin carne de cerdo y conforme a las disposiciones de la ley islámica. Desde hace años, los comedores escolares de Francia dejaron de servir cerdo y chacinados para no discriminar a los niños musulmanes.
Ahora se abrió un nuevo foco de tensión, debido a la exigencia de la jerarquía religiosa islámica de servir únicamente carne de animales sacrificados según el rito halal. "No es posible marginar a los niños franceses, que son mayoritarios, para complacer a los árabes", protestó el líder derechista Philippe de Villiers.
Incluso los restaurantes de fast-food -como McDonalds, Quick, King Burger o Pizza Hut- tienen hamburgueses sin cerdo o especialidades halal.
Para los franceses, que no son precisamente un modelo de tolerancia, otro aspecto irritante es la multiplicación de mezquitas y "sitios de culto" -que pasaron de un centenar en los años 70 a mil 600 en la actualidad-, y la ola de 60 mil a 70 mil conversiones, incluyendo el emblemático caso del futbolista Franck Ribery.
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