Protesta contra Aung San Suu Kyi en Yakarta, Indonesia, el 8 de septiembre de 2017.Derechos de autor de la imagenREUTERS
"Le hice prometerme que, en caso de que llegara el día en el que tuviera que volver a mi país, no se interpondría en mi camino. Y él me lo prometió".
Cuando Aung San Suu Kyi le contó en enero de 1989 al New York Times el pacto que había hecho con su marido, el historiador británico Michael Aris, ya se estaba gestando el mito en torno a ella. Esa percepción que la elevaría a ícono moral, dispuesta a poner a su familia en un segundo plano para luchar por la democracia en una Myanmar gobernada por una junta militar.
El momento de volver a su país le había llegado apenas un año antes, con una llamada en la que le contaban que su madre estaba gravemente enferma. Y una vez allí, los acontecimientos que harían que su vida, hasta entonces eminentemente privada, se sucedieron rápido.
En agosto de 1988 ofreció su primer discurso, en un plazo de dos meses fundó la Liga Nacional por la Democracia, para julio de 1989 guardaba arresto domiciliario y en apenas dos años se había hecho merecedora del Premio Nobel de la Paz.
Era ya una heroína nacional y un ícono internacional, cuyo nombre se mencionaba a la par de gigantes morales como Mahatma Gandhi y Nelson Mandela.
La de Aung San Suu Kyi era una figura adulada internacionalmente.Sin embargo, tras décadas de adulación, su figura se volvió el centro de la ira global casi a la misma velocidad.
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