Fuente: ITAR-TASS
El hazrat Farid Salman, jefe del Consejo de ulemas (teólogos musulmanes) de toda Rusia, habla sobre las formas de combatir la propaganda wahabí, sobre las contradicciones internas de los islamistas rusos y sobre Tatarstán, una república musulmana situada en el corazón de un estado católico ortodoxo.
¿Se puede decir que últimamente en Rusia se están intensificando las tensiones entre musulmanes y ortodoxos?
Juzgue usted misma: recientemente, el programa de televisión ‘Las noticias de la semana’ (Vesti Nedeli) informó de que un 20% de la población de habla rusa ha abandonado la región de Stávropol. También hay noticias sobre la salida de Daguestán de los no musulmanes. No me gustaría que ocurriera lo mismo en la región de Tatarstán. Si eso ocurre, nuestro país se vendrá abajo.
La clave para la paz en Tatarstán está en la mentalidad nacional, los tártaros se caracterizan por su tolerancia. Siempre hemos sido unos vecinos pacíficos tanto para los ortodoxos como para los judíos. Sin embargo, los jóvenes de ahora están perdiendo la paciencia gradualmente, basta con ver los sitios web dedicados al islam. Por cada página islámica ‘tradicional’ hay más de 20 sitios wahabíes y salafistas.
¿Cómo han aparecido los radicales modernos en Tatarstán?
Se trata de un problema a nivel estatal: está llegando gente de fuera al país, trabajadores en su mayoría, que en Tayikistán, Uzbekistán, Kirguistán y Kazajistán eran partidarios de enseñanzas radicales.
El islam en Rusia es mayoritariamente sunní. Se trata de la segunda religión más numerosa del país y está liderado por el Concejo de los Muftíes de Rusia. Se desconoce el número exacto de musulmanes, y según las fuentes oscilan de entre 7 y 14 millones. La mayoría de los musulmanes son étnicamente túrquicos (tártaro, uzbekos, kirguís...). El Caúcaso es otra zona con numerosos musulmanes.
Su entrada en el territorio de Rusia no está siendo controlada por nadie, ya que no hace tanto todos estos países formaban uno solo con Rusia, no había fronteras. En Tatarstán, durante los altercados radicales, he visto a un gran número de personas que llevaban la bandera negra de los califas y no eran tártaros, sino rusos, tayikos y uzbekos. Y en estas circunstancias, tampoco serviría de nada prohibir la entrada de inmigrantes de Asia Central. El problema es más amplio.
El hazrat Farid Salman. Fuente: PressPhoto
Tayikistán, por ejemplo, pronto se convertirá en el centro neurálgico del radicalismo. Ya han comenzado a flirtear con Catar, la principal fuente de radicalismo del mundo. Este país, por ejemplo, ha invertido decenas de millones de dólares en el desarrollo de infraestructuras en las afueras de París.
Los inmigrantes de países musulmanes que llegan a París se convierten en el principal objeto de los predicadores cataríes. Esto puede suponer una amenaza para nosotros, puesto que Catar invierte grandes cantidades de dinero en financiar centros educativos, así como en la exportación de literatura salafista a Europa: España, Italia y Francia. Solo con los esfuerzos de Rusia no seremos capaces de superar este problema.
¿Qué contradicciones suelen surgir dentro de la comunidad religiosa islámica y por qué?
A nivel teológico, existe una cuestión bastante espinosa que se suele manifestar tarde o temprano en cualquier confesión de nuestro país: presentar la homilía religiosa en ruso, en el idioma materno de los fieles o en el idioma original. Desde el punto de vista de los cánones musulmanes, la homilía se debe leer en la lengua del país en cuyo territorio se celebran los oficios.
Según la constitución, Rusia es un Estado laico. Sin embargo, la Ley de la Duma sobre religión de 1997, establece que las cuatro religiones tradicionales son la Iglesia Ortodoxa Rusa, el islam, el budismo (principalmente lamaísta) y el judaísmo.
La primera nación musulmana de Rusia fueron los tártaros. Por eso desde tiempos inmemoriales, en todo el territorio del país, desde Kaliningrado hasta Sajalín, se ha extendido la costumbre de leer la homilía en tártaro. Primero en tártaro y luego en la lengua oficial del país. No es ninguna novedad: en la mezquita central de Londres, por ejemplo, el imán lee primero la homilía en árabe y luego en inglés. Actualmente, a causa de la migración interna y externa, el componente étnico-confesional de los musulmanes rusos ha sufrido fuertes cambios.
He trabajado como muftí en la península de Yamal durante cinco años, donde la mitad de los feligreses son tártaros y la otra mitad viene del Cáucaso. Los caucásicos no entienden la homilía en tártaro, así que unos años después de mi marcha, excepto en dos o tres localidades, en Yamal ya nadie lee la homilía en tártaro. En muchas regiones de la Federación de Rusia la homilía en tártaro ha desaparecido por completo, y esto es una violación de las leyes canónicas.
Al mismo tiempo, han aparecido muchos muftíes e imanes que creen que la lectura de la homilía se debe traducir completamente al ruso. Esto provoca numerosas contradicciones internas; no es un problema nacional, sino mental, de naturaleza teológica.
¿Son los propios muftíes quienes eligen leer la homilía en ruso o en tártaro, a quién están subordinados?
En el islam tradicional la estructura es clara. Está el imán ordinario, el mulá, que obedece a un clérigo de rango superior, el cual a su vez está subordinado al gran muftí.
¿Cuáles son sus proyecciones sobre la relación entre las distintas confesiones?
El año pasado participé en una conferencia internacional sobre la persecución de los cristianos en los países de Oriente Medio. Yo puedo no aprobar la conversión de alguien del islam al cristianismo, pero es asunto suyo. Un paquistaní cristiano, me contó una vez cómo exterminan los islamistas radicales a los paquistaníes cristianos. ¡Esto es inaceptable!
El profeta, que Dios lo bendiga y le dé paz, pronosticó que antes del fin del mundo la enfermedad llegaría a cada familia árabe (entonces el islam solo lo practicaban los árabes). No hablo de un virus ni de una bacteria, sino de una enfermedad ideológica. Las personas se alejarán de la verdad y adoptarán una mirada radical. Esto es un callejón sin salida y para no entrar en él es necesario entender que cada uno cree en Dios a su manera, pero todos creemos en un mismo Dios.
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