Las Torres Petronas en Kuala Lumpur por el argentino César Pelli
Buenos Aires,23 de junio de 2007,Diario de las Ameritas,porTomás Eloy Martínez
Hace poco más de una década, cuando el arquitecto argentino César Pelli elaboraba los planos y maquetas de la torre más alta del mundo, fui a visitarlo a su estudio de New Haven, en Connecticut, dos horas al norte de Nueva York.
El coloso Miglin-Beitler iba a levantarse en la esquina sudoeste de las calles Madison y Wells, en Chicago. Su altura, de 656 metros, aspiraba a duplicar la del mítico Empire State y a superar con holgura la del rascacielos Sears, a orillas del lago Michigan, cuyos 442 metros regían las alturas del mundo desde 1974.
Lo que mostraba la maqueta no sólo era impresionante; también era bellísimo: una estrecha aguja blanca de vidrio y acero, que desafiaba los cielos y culminaba en un mirador rodeado de nubes. Nunca se terminó de construir. La guerra del Golfo y la suba vertiginosa de los precios del petróleo provocó la ruina del mercado de bienes raíces en los Estados Unidos y el proyecto quedó cancelado.
Al año siguiente, sin embargo, el petróleo acudió en ayuda de Pelli. La poderosa empresa Petronas, de Malasia, le encomendó la construcción de dos torres iguales de 452 metros cada una, situadas en Kuala Lumpur. En vez de la aguja airosa de Chicago, el arquitecto imaginó un diseño geométrico de hormigón y vidrio que evoca el arte islámico y que a la vez recuerda vagamente la arquitectura de la Sagrada Familia, obra magna del catalán Antoni Gaudí.
Desde entonces no han dejado de sucederse los proyectos de rascacielos cada vez más osados a un ritmo de dos a tres por año, hasta sumar ahora 20 -quizá más- que superan los 300 metros. La mayoría se construye en parajes donde sobra el espacio: en Dubai, en Riyadh, en Atlanta, en Taipei, o en ciudades de maravilla como Hong ...
Islam España es el portal del islam en lengua española , un proyecto de futuro para la convivencia,la cooperación y el diálogo.
Buenos Aires,23 de junio de 2007,Diario de las Ameritas,porTomás Eloy Martínez
Hace poco más de una década, cuando el arquitecto argentino César Pelli elaboraba los planos y maquetas de la torre más alta del mundo, fui a visitarlo a su estudio de New Haven, en Connecticut, dos horas al norte de Nueva York.
El coloso Miglin-Beitler iba a levantarse en la esquina sudoeste de las calles Madison y Wells, en Chicago. Su altura, de 656 metros, aspiraba a duplicar la del mítico Empire State y a superar con holgura la del rascacielos Sears, a orillas del lago Michigan, cuyos 442 metros regían las alturas del mundo desde 1974.
Lo que mostraba la maqueta no sólo era impresionante; también era bellísimo: una estrecha aguja blanca de vidrio y acero, que desafiaba los cielos y culminaba en un mirador rodeado de nubes. Nunca se terminó de construir. La guerra del Golfo y la suba vertiginosa de los precios del petróleo provocó la ruina del mercado de bienes raíces en los Estados Unidos y el proyecto quedó cancelado.
Al año siguiente, sin embargo, el petróleo acudió en ayuda de Pelli. La poderosa empresa Petronas, de Malasia, le encomendó la construcción de dos torres iguales de 452 metros cada una, situadas en Kuala Lumpur. En vez de la aguja airosa de Chicago, el arquitecto imaginó un diseño geométrico de hormigón y vidrio que evoca el arte islámico y que a la vez recuerda vagamente la arquitectura de la Sagrada Familia, obra magna del catalán Antoni Gaudí.
Desde entonces no han dejado de sucederse los proyectos de rascacielos cada vez más osados a un ritmo de dos a tres por año, hasta sumar ahora 20 -quizá más- que superan los 300 metros. La mayoría se construye en parajes donde sobra el espacio: en Dubai, en Riyadh, en Atlanta, en Taipei, o en ciudades de maravilla como Hong ...
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