ALI HASHISHO / REUTERS
Decenas de sirios que permanecieron refugiados en sótanos finalmente salen, comprobando los estragos causados por las bombas.Luego de pasar dos meses en un sótano con su familia, Lina se atreve por fin a salir de su escondite, como numerosos habitantes de Duma, recién reconquistada por el régimen sirio.
Un grupo de padres camina con sus hijos frente a edificios destruidos, comprobando los estragos causados por las bombas."He decidido salir a pasear a mi hija, que insistía y lloraba", cuenta Lina, una mujer de unos 40 años que viste un velo negro, durante una visita para la prensa organizada por las autoridades.
Tras salir del sótano, su hija Waad, de 9 años, se detuvo y quiso volver a esconderse por temor a nuevos bombardeos. Lina tuvo que tranquilizarla explicándole "que había vuelto la calma y que ya no corría ningún peligro". "Ahora podemos salir y respirar. Mis niños han vivido en el miedo y el horror, no han tenido infancia", lamenta, observando los numerosos escombros que la rodean.
Las fuerzas del régimen de Bashar al Asad lanzaron el 18 de febrero una ofensiva para arrebatar a los rebeldes la región de Guta Oriental, cerca de Damasco. Más de 1,700 civiles murieron en esa campaña, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (OSDH).
OMAR SANADIKI / REUTERS
Un niño camina a lado de una calle dañada en la ciudad de Duma, Damasco.
La ciudad de Duma se convirtió, además, en el centro de un conflicto internacional tras ser el escenario de un presunto ataque químico el 7 de abril. Un equipo de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) espera poder entrar en la localidad cuanto antes para investigar lo ocurrido.
Lina anhela que la vida regrese a su ciudad, un exbastión rebelde castigado por cinco años de asedio del régimen y los bombardeos recientes. "Sueño con ver a mis hijos jugando en un columpio", dice.
El sueño de visitar Damasco
En el barrio de Al Jalaa, Haitham Badran no suelta la mano de su hijo Omar, de 10 años, mientras charla sonriente con un grupo de amigos. "Lo llevo de paseo para que se cambie las ideas", explica este cuarentón mientras camina ante las tiendas cerradas. El exvendedor de telas sueña con visitar Damasco en compañía de su hijo, sobre todo el viejo zoco de Hamidiya y la mezquita de los Omeyas. "No ha visto nada en su vida y ha carecido de todo, incluso de una educación", lamenta.
A unos metros de allí, Basima al Sayed, de 55 años, anda lentamente observando el lugar a través de su velo. "Nací en Duma y siempre he vivido aquí. Nunca pensé en marcharme", asegura, cuando decenas de miles de habitantes partieron a las zonas controladas por el régimen o a regiones en poder de los rebeldes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario