Barcelona,15/05/2012,e-noticies.es
La inmigración convierte algunos barrios en guetos islámicos
Si yo fuera Eugeni Sallent -el director de TV3 también está para mandar- enviaría a Eduard Sanjuán a hacer un Trenta minuts desde Ca n'Anglada. Porque hemos hablado mucho del imán -el de la costilla torcida-, pero a nadie se le ha ocurrido ir a este barrio de Terrassa a ver qué pasa realmente. Y eso que los de Televisió de Catalunya lo tienen a treinta minutos de Sant Joan Despí.
Y si fuera Jordi Évole haría un Salvados. No hay que ir a Islandia o Qatar para hacer un programa cojonudo. Después de todo es Ca n'Anglada está muy cerca de Barcelona. Pero, claro, sería políticamente incorrecto. La inmigración es un tema que quema. Los medios -y los políticos- suelen pasar de puntillas. Por ello, el viernes fui a dar una vuelta y, con franqueza, quedé parado: parecía Tánger.
Ya me lo dijo el dueño de un bar con segundas intenciones cuando me identifiqué como periodista: "aquí nunca pasa nada, eso es lo que dicen los periodistas". Después disparó con bala: "yo, para saber lo que pasa en Terrassa, tengo que comprar el Diario de Sabadell" en uan velada alusión al Diario de Terrassa.
Como las otras personas que salen en este reportaje no se dejó grabar -yo no soy famoso como Jordi Évole-, pero ojalá todas las fuentes informativas hablaran sin tapujos como él: "El problema es que para encontrar los 100 españoles ves antes 1000 moros, 300 negros y 100 ecuatorianos. Esto es lo que pasa". Esto sí que es xenofobia en estado puro. Con el tiempo la palabra ha adquirido una connotación peyorativa, casi sinónimo de racismo, pero inicialmente quería decir "miedo a los extranjeros".
El hombre, que lleva 25 años en el barrio, está preocupado porque le ha bajado la facturación "un 40%" y "sólo tengo para mis gastos". "¿Tú has visto policía?". "Sí, la grúa", le respondo porque justo antes había visto como se llevaba un coche. "Ahora el problema son los chavales de 16 y 18 años, que anden liados con la droga".
Como comerciante se siente agraviado: "Los negocios se llevarán cuatro años y luego lo traspasan a otro para no pagar". "Había un bar que era de unos ecuatorianos, hubo una pelea, encontraon inclusive armas, lo cerraron, ahora es un bar de musulmanes, permiten las sillas en la calle y nadie les dice nada". Yo debo ser gilipollas: pago mis impuestos"." Y con los pisos pasa lo mismo: entran a patadas, pero luego no pagan ni los gastos de escalera", añade.
Políticamente se ha vuelto un escéptico pero se le nota dolido con Pere Navarro, el alcalde de Terrassa: "no se porqué votamos cada cuatro años, siempre están los mismos". "¿El PP lo hara mejor?", le pregunto a ver si pica. "Son los mismos perros con distintos collares", contesta.
Al final, me lo temía, dice que "aquí si hubiera gente como el de Vic otro gallo cantaría", pero no recuerda ni el nombre del líder de la ultra Plataforma x Catalunya, Josep Anglada. "Los políticos hacen el paripé: si pidiesen papeles ya verían como esto se arreglaba en cuatro días", insiste.
En su opinión, "los musulmanes no se adaptan, hay algunos pero es como una aguja en un pajar". "En cambio, si yo voy a Marruecos no me tratarían como los tratamos aquí. Y yo tendría que adaptarme a ellos, aquí tenemos que adaptarnos nosotros".
"Es verdad -añade- que los españoles también se iban a Alemania o a Francia a trabajkar, pero con un contrato de trabajo y les miraban subasta las muelas". "Vamos para atrás, esto no se arregla porque las Leyes han quedado obsoletas".
Acostumbrado a internet -donde quien no corre vuela- hacía tiempo que no me dedicaba al periodismo de papel y boli. Al periodismo de hablar con la gente, de captar la calle, de hablar -sin prisas -con el jubilado, con el del bar, la de la farmacia, la de la frutería. Y ya me perdonarán pero salí convencido de que tenemos barrios en Catalunya que, en unos años, pueden parecer la Banlieue de París.
María -el nombre es ficticio, como los de todo el resto de este reportaje- se encontró un día, durante la fiesta del cordero, que estaban utilizando el capó de su coche como carnicería. Cuando se quejó aún le dijeron que habían puesto una sábana. Casada, de 41 años, con dos hijos, de Ca n'Anglada de toda la vida, "pero si pudiera me vendería el piso".
"No he tenido ningún susto, pero la convivencia es difícil. Las calles dan asco: están llenas de escupitajos". Mi cuñada tiene una mezquita en su calle y me lo decía a menudo y yo -perdona, cuñada- no me la creía.
Pero es verdad al cabo de un rato, delante del número 85 de la calle Josep Elias, tendré ocasión de comprobarlo: siento el sonido inconfundible de una persona que prepara un escupitajo y, cuando alzo la vista, este impacta contra la acera. Es un magrebí con chilaba de arriba abajo. Me vienen a la cabeza los carteles que había en el Metro cuando yo era pequeño: "Prohibido escupir".
En efecto, hay culturas -del Magreb o de Asia- que no usan el pañuelo ni el kleenex. Sencillamente consideran que es más higiénico expulsarlo del cuerpo. Antes de los Juegos del 2008, las autoridades ya intentaron aleccionar a sus conciudadanos porque, a ojos de un occidental, es una costumbre muy desagradable.
Un día le pedí a Sergi Vicente, Ernest Hemingway que tiene TV3 en Pekín, y me contestó que, en efecto, "hay una parte cultural: hay que sacar del cuerpo lo que es malo, según la medicina china". Espero que el corresponsal de TV3 me perdone la indiscreción.
María, al final, lo resume con estas palabras: "los catalanes somos muy solidarios, pero hemos dejar entrado a todo el mundo y ahora esto es un desmadre". Vive en Ca n'Anglada de toda la vida, "pero si pudiera me vendería el piso". Poco a poco, me cuenta su historia: hija de la inmigración, su madre era de Huelva.
"Se mató trabajando y, cuando se jubiló, le quedó una pensión de miseria de 300 euros". "Cuando llegaron las primeras inmigrantes ya reventaron los precios: mi madre cobraba 1.000 pesetas a la hora y las otras lo hacían por 500 o 600 pesetas"." Incluso la despidieron de casas de Matedepera donde hacía quince años que trabajaba".
Cada vez que, en Ca n'Anglada, he preguntado cómo se vive me han contestado con diferentes respuestas pero con el mismo sentido: "uf", "fatal", "no hay derecho". Francisco -un jubilado de 85 años que nació en un pueblecito de Málaga- me contesta con un "pues ya ve usted" mientras señala con los ojos tres magrebís con chilaba que pasan por detrás de mí en ese momento. "Y hoy hay pocos", añade.
Se queja de que ahora no puede sacar su mujer, enferma de Alzheimer, ni al balcón "porque están debajo todo el día fumando porros" y me indica un grupo de jóvenes con aspecto latinoamericano. Están en la calle en pleno horario escolar. "Pasa la policía pero no las dice nada".
El sector del pequeño comercio todavía está más en crisis que en otros lugares. Me lo explica una clienta de la farmacia: "Ya casi no nos quedan tiendas: Caixa Terrassa, el Día, el horno y la farmacia, el resto ha ido cerrando". "Y tienda que cierra tienda que se quedan los moros". Al salir me fijo en un horno: ahora se llama Khay Ahmed. Cien metros más abajo la propietaria de una frutería hace guardia fuera del establecimiento, como en la mili. "Estoy sola, tengo que estar aquí fuera porque si no me roban".
Después fui a parar a la famosa mezquita de la calle Pearson, la más grande de Catalunya. Está entre el Centro Aragonés y el Liceo Egara, una escuela concertada. Delante está la Plaza Catalunya que, treinta años atrás, era un descampado. Fue la tenacidad de los vecinos que la convirtió en una zona ajardinada.
Técnicamente, la mezquita ya no está en Ca n'Anglada, sino en el barrio de la estación y Plaza Catalunya, pero Alberto se queja de que "es un polo de atracción: ahora ya hay una frutería, un bar, una barbería". Dice que los pisos se devalúan. "Nadie quiere una mezquita al lado de casa".
Me dice un lema que parece la última campaña de Xavier Trias: "lo importante no es limpiar, lo importante es no ensuciar". Hay problemas con el incivismo: "Nostros tenemos las cacas de los perros pero algunos africanos se lavan los pies en la fuente". A raíz del caso del imán, el ayuntamiento quiere promover el contacto entre el colectivo musulmán y los vecinos, pero él no se lo cree: "Andan diciendo que la nueva junta son más abiertos pero no hay ninguna mujer".
"Después del imán también salieron las mujeres defendiéndolo, pero nunca ha entrado una mujer en la mezquita", añade. El hombre se queja: "mira, mira eso de allí, es una zona peatonal. Si dejas tú el coche a partir de las cinco de la tarde, se te lo quita la grúa, ahora no pasa nada". A esa hora, con la mezquita llena hasta los topes, hay un montón de mal aparcados.
Alberto no sé polílticamente cómo piensa, me dice que no es de ningún partido, pero podría ser también el típico exvotante del PSC del cinturón. Un día le llamó la atención a unos niños magrebíes que estaban molestando. "Me dijo que la plaza era para ellos. Se creen que están en Marruecos, como esto un día fue suyo".
Aunque recuerda que el año pasado la Diputación -debía de ser antes de los recortes- organizó una fiesta un sábado por la tarde. "Había almenos 70 críos, el 90% marroquí, pero salio el imán y los hizó entrar a todos".
Roser es de Cabrils, en el Maresme, pero hace muchos años que vive en Terrassa. Su padre fue un testigo privilegiado de la crisis del textil de los 90. Encargado en una fábrica, antes había trabajado en Alpens. Dice, probablemente, una de las frases más acertadas de todas las que he oído. "Si dejaran integrar a las mujeres, iríamos mejor". Me cuenta que tiene vecinas musulmanas, que son "buena gente", que se las encuentra en la escalera y se saludan pero que si establece conversación "enseguida sale el marido".
La mezquita, impone, porque a pesar de su aforo de 900 personas está llena a rebosar y hay gente en la acera rezando. Cuando voy a hacer una foto con el móvil noto un chaval de trece años que en seguida avisa a un hombre. Más tarde se pone delante mío como para intentar que tome imágenes. Pero me hago el despistado. "Desde la polémica del imán están muy al loro de los periodistas" me había advertido Alberto.
Al terminar, sale un montón de gente como muestra el vídeo. Me da tiempo de dar la vuelta al ruedo, despedirme de él, bajar al parking, pagar el ticket, sacar el coche y, cuando subo por la rampa -a veces bloqueada por la gente-, aún desfila gente. ¿Saben qué es lo que más llama la atención de la salida de una mezquita? Que salen magrebíes, pero también pakistaníes o subsaharianos.
Casualmente, dos días después de dar una vuelta por Ca n'Anglada conocí a Salma-el nombre también es ficticio-, 32 años, veinte años en Catalunya, un catalán perfecto, que vive en Terrassa. Sus padre llegaron hace cuarenta años. Ella no lleva velo, pero cumple con el Ramadán y no come jamón. Incluso ella me lo admite: "se ha convertido en un gueto: el 70% son marroquíes".
Con sus rizos me recuerda la escritora Najat el Hachmi. Mas le hubiera tenido que nombrar directora general de Inmigración: ella sabría qué hacer. Pero estoy seguro de que su integración le ha costado más de un disgusto familiar. Sólo hay que haber leído alguno de sus libros.
Y como ayer lunes había rueda de prensa en el PSC tras la reunión de la comisión ejecutiva aproveché también para preguntarle al alcale de Terrassa. Me asegura que no hay ningún problema: "Hasta donde nosotros conocemos es una de las mezquitas que no ha ocasionado nunca problemas desde el punto de vista del aforo y del espacio público".
Cuando un político empieza diciendo "hasta donde nosotros conocemos" mal asunto. Cuando le digo que "usted debe saber que se ocupa a menudo la acera y que incluso cortan la calle" entonces me contesta con un "sí, sí, sí" pero lo compara con una feria modernista. Pondría la mano en el fuego que no es lo mismo. "En los eventos que muchísima gente de tipo religioso, deportivo o cultural es un elemento que pasa", afirma. "Este fin de semana también hemos tenido una feria modernista".
Tengo la sensación de que la izquierda -y CiU ahora que está en el Govern- aún no han entendido que la inmigración es un problema que hay que afrontar como país. Ninguna de las personas que he entrevistado en Ca n'Anglada me ha parecido racistas o xenófobas, pero convivir día a día con la inmigración es difícil.
Probablemente nuestros políticos no son conscientes porque no viven en Ca n'Anglada ni en Salt ni en Vic ni en Tortosa ni en Manlleu, por mencionar sólo algunos municipios con un elevado porcentaje de inmigración -siempre es más: los sin papeles no salen en las estadísticas oficiales. Sólo hay que ver los lugares de votación de nuestros representantes para dase cuenta de dónde viven.
En las municipales del pasado 22 de mayo, Xavier Trias votó en la Escola Augusta, en la calle Rector Ubach, en plena zona bien de Barcelona. Artur Mas en la escuela Infant Jesús de Travessera de Gràcia y Duran i Lleida en el centro cívico Casal de Sarrià por citar tres políticos del partido ahora en el gobierno, tanto en la Generalitat como el Ayuntamiento de Barcelona. Es como Sant Cugat, una de las ciudades con más políticos por metro cuadrado. Conozco unos cuantos.
En fin, de todo el reportaje de Trenta minuts del domingo pasado lo que más me llamó la atención fue lo que comentó Anne Zelenski, una antigua feminista amiga de Simone de Beauvoir: "la izquierda es incapaz de afrontar la amenaza gravísima que representa la islamización de Europa". A ver si al final será verdad.
Ahora los de TV3 amenazan el próximo domingo con emitir un reportaje sobre lo bien que se han integrado los hijos de la primera oleada de recién llegados. Lo celebro, pero si quieren saber qué piensan las clases trabajadoras y medias de este país de la inmigración que vayan y pregunten a los vecinos de Sant Ildefons (Cornellà), la Florida y Torrassa (L'Hospitalet), Can Vidalet (Esplugues), El Raval (Barcelona), Sant Roc y Llefià (Badalona) o Rocafonda (Mataró), entre otros. Yo lo he hecho y he visto esto./XAVIER RIUS
Una imagen de la mezquita, el viernes pasado
La inmigración convierte algunos barrios en guetos islámicos
Si yo fuera Eugeni Sallent -el director de TV3 también está para mandar- enviaría a Eduard Sanjuán a hacer un Trenta minuts desde Ca n'Anglada. Porque hemos hablado mucho del imán -el de la costilla torcida-, pero a nadie se le ha ocurrido ir a este barrio de Terrassa a ver qué pasa realmente. Y eso que los de Televisió de Catalunya lo tienen a treinta minutos de Sant Joan Despí.
Y si fuera Jordi Évole haría un Salvados. No hay que ir a Islandia o Qatar para hacer un programa cojonudo. Después de todo es Ca n'Anglada está muy cerca de Barcelona. Pero, claro, sería políticamente incorrecto. La inmigración es un tema que quema. Los medios -y los políticos- suelen pasar de puntillas. Por ello, el viernes fui a dar una vuelta y, con franqueza, quedé parado: parecía Tánger.
Ya me lo dijo el dueño de un bar con segundas intenciones cuando me identifiqué como periodista: "aquí nunca pasa nada, eso es lo que dicen los periodistas". Después disparó con bala: "yo, para saber lo que pasa en Terrassa, tengo que comprar el Diario de Sabadell" en uan velada alusión al Diario de Terrassa.
Como las otras personas que salen en este reportaje no se dejó grabar -yo no soy famoso como Jordi Évole-, pero ojalá todas las fuentes informativas hablaran sin tapujos como él: "El problema es que para encontrar los 100 españoles ves antes 1000 moros, 300 negros y 100 ecuatorianos. Esto es lo que pasa". Esto sí que es xenofobia en estado puro. Con el tiempo la palabra ha adquirido una connotación peyorativa, casi sinónimo de racismo, pero inicialmente quería decir "miedo a los extranjeros".
El hombre, que lleva 25 años en el barrio, está preocupado porque le ha bajado la facturación "un 40%" y "sólo tengo para mis gastos". "¿Tú has visto policía?". "Sí, la grúa", le respondo porque justo antes había visto como se llevaba un coche. "Ahora el problema son los chavales de 16 y 18 años, que anden liados con la droga".
Como comerciante se siente agraviado: "Los negocios se llevarán cuatro años y luego lo traspasan a otro para no pagar". "Había un bar que era de unos ecuatorianos, hubo una pelea, encontraon inclusive armas, lo cerraron, ahora es un bar de musulmanes, permiten las sillas en la calle y nadie les dice nada". Yo debo ser gilipollas: pago mis impuestos"." Y con los pisos pasa lo mismo: entran a patadas, pero luego no pagan ni los gastos de escalera", añade.
Políticamente se ha vuelto un escéptico pero se le nota dolido con Pere Navarro, el alcalde de Terrassa: "no se porqué votamos cada cuatro años, siempre están los mismos". "¿El PP lo hara mejor?", le pregunto a ver si pica. "Son los mismos perros con distintos collares", contesta.
Al final, me lo temía, dice que "aquí si hubiera gente como el de Vic otro gallo cantaría", pero no recuerda ni el nombre del líder de la ultra Plataforma x Catalunya, Josep Anglada. "Los políticos hacen el paripé: si pidiesen papeles ya verían como esto se arreglaba en cuatro días", insiste.
En su opinión, "los musulmanes no se adaptan, hay algunos pero es como una aguja en un pajar". "En cambio, si yo voy a Marruecos no me tratarían como los tratamos aquí. Y yo tendría que adaptarme a ellos, aquí tenemos que adaptarnos nosotros".
"Es verdad -añade- que los españoles también se iban a Alemania o a Francia a trabajkar, pero con un contrato de trabajo y les miraban subasta las muelas". "Vamos para atrás, esto no se arregla porque las Leyes han quedado obsoletas".
Acostumbrado a internet -donde quien no corre vuela- hacía tiempo que no me dedicaba al periodismo de papel y boli. Al periodismo de hablar con la gente, de captar la calle, de hablar -sin prisas -con el jubilado, con el del bar, la de la farmacia, la de la frutería. Y ya me perdonarán pero salí convencido de que tenemos barrios en Catalunya que, en unos años, pueden parecer la Banlieue de París.
María -el nombre es ficticio, como los de todo el resto de este reportaje- se encontró un día, durante la fiesta del cordero, que estaban utilizando el capó de su coche como carnicería. Cuando se quejó aún le dijeron que habían puesto una sábana. Casada, de 41 años, con dos hijos, de Ca n'Anglada de toda la vida, "pero si pudiera me vendería el piso".
"No he tenido ningún susto, pero la convivencia es difícil. Las calles dan asco: están llenas de escupitajos". Mi cuñada tiene una mezquita en su calle y me lo decía a menudo y yo -perdona, cuñada- no me la creía.
Pero es verdad al cabo de un rato, delante del número 85 de la calle Josep Elias, tendré ocasión de comprobarlo: siento el sonido inconfundible de una persona que prepara un escupitajo y, cuando alzo la vista, este impacta contra la acera. Es un magrebí con chilaba de arriba abajo. Me vienen a la cabeza los carteles que había en el Metro cuando yo era pequeño: "Prohibido escupir".
En efecto, hay culturas -del Magreb o de Asia- que no usan el pañuelo ni el kleenex. Sencillamente consideran que es más higiénico expulsarlo del cuerpo. Antes de los Juegos del 2008, las autoridades ya intentaron aleccionar a sus conciudadanos porque, a ojos de un occidental, es una costumbre muy desagradable.
Un día le pedí a Sergi Vicente, Ernest Hemingway que tiene TV3 en Pekín, y me contestó que, en efecto, "hay una parte cultural: hay que sacar del cuerpo lo que es malo, según la medicina china". Espero que el corresponsal de TV3 me perdone la indiscreción.
María, al final, lo resume con estas palabras: "los catalanes somos muy solidarios, pero hemos dejar entrado a todo el mundo y ahora esto es un desmadre". Vive en Ca n'Anglada de toda la vida, "pero si pudiera me vendería el piso". Poco a poco, me cuenta su historia: hija de la inmigración, su madre era de Huelva.
"Se mató trabajando y, cuando se jubiló, le quedó una pensión de miseria de 300 euros". "Cuando llegaron las primeras inmigrantes ya reventaron los precios: mi madre cobraba 1.000 pesetas a la hora y las otras lo hacían por 500 o 600 pesetas"." Incluso la despidieron de casas de Matedepera donde hacía quince años que trabajaba".
Cada vez que, en Ca n'Anglada, he preguntado cómo se vive me han contestado con diferentes respuestas pero con el mismo sentido: "uf", "fatal", "no hay derecho". Francisco -un jubilado de 85 años que nació en un pueblecito de Málaga- me contesta con un "pues ya ve usted" mientras señala con los ojos tres magrebís con chilaba que pasan por detrás de mí en ese momento. "Y hoy hay pocos", añade.
Se queja de que ahora no puede sacar su mujer, enferma de Alzheimer, ni al balcón "porque están debajo todo el día fumando porros" y me indica un grupo de jóvenes con aspecto latinoamericano. Están en la calle en pleno horario escolar. "Pasa la policía pero no las dice nada".
El sector del pequeño comercio todavía está más en crisis que en otros lugares. Me lo explica una clienta de la farmacia: "Ya casi no nos quedan tiendas: Caixa Terrassa, el Día, el horno y la farmacia, el resto ha ido cerrando". "Y tienda que cierra tienda que se quedan los moros". Al salir me fijo en un horno: ahora se llama Khay Ahmed. Cien metros más abajo la propietaria de una frutería hace guardia fuera del establecimiento, como en la mili. "Estoy sola, tengo que estar aquí fuera porque si no me roban".
Después fui a parar a la famosa mezquita de la calle Pearson, la más grande de Catalunya. Está entre el Centro Aragonés y el Liceo Egara, una escuela concertada. Delante está la Plaza Catalunya que, treinta años atrás, era un descampado. Fue la tenacidad de los vecinos que la convirtió en una zona ajardinada.
Técnicamente, la mezquita ya no está en Ca n'Anglada, sino en el barrio de la estación y Plaza Catalunya, pero Alberto se queja de que "es un polo de atracción: ahora ya hay una frutería, un bar, una barbería". Dice que los pisos se devalúan. "Nadie quiere una mezquita al lado de casa".
Me dice un lema que parece la última campaña de Xavier Trias: "lo importante no es limpiar, lo importante es no ensuciar". Hay problemas con el incivismo: "Nostros tenemos las cacas de los perros pero algunos africanos se lavan los pies en la fuente". A raíz del caso del imán, el ayuntamiento quiere promover el contacto entre el colectivo musulmán y los vecinos, pero él no se lo cree: "Andan diciendo que la nueva junta son más abiertos pero no hay ninguna mujer".
"Después del imán también salieron las mujeres defendiéndolo, pero nunca ha entrado una mujer en la mezquita", añade. El hombre se queja: "mira, mira eso de allí, es una zona peatonal. Si dejas tú el coche a partir de las cinco de la tarde, se te lo quita la grúa, ahora no pasa nada". A esa hora, con la mezquita llena hasta los topes, hay un montón de mal aparcados.
Alberto no sé polílticamente cómo piensa, me dice que no es de ningún partido, pero podría ser también el típico exvotante del PSC del cinturón. Un día le llamó la atención a unos niños magrebíes que estaban molestando. "Me dijo que la plaza era para ellos. Se creen que están en Marruecos, como esto un día fue suyo".
Aunque recuerda que el año pasado la Diputación -debía de ser antes de los recortes- organizó una fiesta un sábado por la tarde. "Había almenos 70 críos, el 90% marroquí, pero salio el imán y los hizó entrar a todos".
Roser es de Cabrils, en el Maresme, pero hace muchos años que vive en Terrassa. Su padre fue un testigo privilegiado de la crisis del textil de los 90. Encargado en una fábrica, antes había trabajado en Alpens. Dice, probablemente, una de las frases más acertadas de todas las que he oído. "Si dejaran integrar a las mujeres, iríamos mejor". Me cuenta que tiene vecinas musulmanas, que son "buena gente", que se las encuentra en la escalera y se saludan pero que si establece conversación "enseguida sale el marido".
La mezquita, impone, porque a pesar de su aforo de 900 personas está llena a rebosar y hay gente en la acera rezando. Cuando voy a hacer una foto con el móvil noto un chaval de trece años que en seguida avisa a un hombre. Más tarde se pone delante mío como para intentar que tome imágenes. Pero me hago el despistado. "Desde la polémica del imán están muy al loro de los periodistas" me había advertido Alberto.
Al terminar, sale un montón de gente como muestra el vídeo. Me da tiempo de dar la vuelta al ruedo, despedirme de él, bajar al parking, pagar el ticket, sacar el coche y, cuando subo por la rampa -a veces bloqueada por la gente-, aún desfila gente. ¿Saben qué es lo que más llama la atención de la salida de una mezquita? Que salen magrebíes, pero también pakistaníes o subsaharianos.
Casualmente, dos días después de dar una vuelta por Ca n'Anglada conocí a Salma-el nombre también es ficticio-, 32 años, veinte años en Catalunya, un catalán perfecto, que vive en Terrassa. Sus padre llegaron hace cuarenta años. Ella no lleva velo, pero cumple con el Ramadán y no come jamón. Incluso ella me lo admite: "se ha convertido en un gueto: el 70% son marroquíes".
Con sus rizos me recuerda la escritora Najat el Hachmi. Mas le hubiera tenido que nombrar directora general de Inmigración: ella sabría qué hacer. Pero estoy seguro de que su integración le ha costado más de un disgusto familiar. Sólo hay que haber leído alguno de sus libros.
Y como ayer lunes había rueda de prensa en el PSC tras la reunión de la comisión ejecutiva aproveché también para preguntarle al alcale de Terrassa. Me asegura que no hay ningún problema: "Hasta donde nosotros conocemos es una de las mezquitas que no ha ocasionado nunca problemas desde el punto de vista del aforo y del espacio público".
Cuando un político empieza diciendo "hasta donde nosotros conocemos" mal asunto. Cuando le digo que "usted debe saber que se ocupa a menudo la acera y que incluso cortan la calle" entonces me contesta con un "sí, sí, sí" pero lo compara con una feria modernista. Pondría la mano en el fuego que no es lo mismo. "En los eventos que muchísima gente de tipo religioso, deportivo o cultural es un elemento que pasa", afirma. "Este fin de semana también hemos tenido una feria modernista".
Tengo la sensación de que la izquierda -y CiU ahora que está en el Govern- aún no han entendido que la inmigración es un problema que hay que afrontar como país. Ninguna de las personas que he entrevistado en Ca n'Anglada me ha parecido racistas o xenófobas, pero convivir día a día con la inmigración es difícil.
Probablemente nuestros políticos no son conscientes porque no viven en Ca n'Anglada ni en Salt ni en Vic ni en Tortosa ni en Manlleu, por mencionar sólo algunos municipios con un elevado porcentaje de inmigración -siempre es más: los sin papeles no salen en las estadísticas oficiales. Sólo hay que ver los lugares de votación de nuestros representantes para dase cuenta de dónde viven.
En las municipales del pasado 22 de mayo, Xavier Trias votó en la Escola Augusta, en la calle Rector Ubach, en plena zona bien de Barcelona. Artur Mas en la escuela Infant Jesús de Travessera de Gràcia y Duran i Lleida en el centro cívico Casal de Sarrià por citar tres políticos del partido ahora en el gobierno, tanto en la Generalitat como el Ayuntamiento de Barcelona. Es como Sant Cugat, una de las ciudades con más políticos por metro cuadrado. Conozco unos cuantos.
En fin, de todo el reportaje de Trenta minuts del domingo pasado lo que más me llamó la atención fue lo que comentó Anne Zelenski, una antigua feminista amiga de Simone de Beauvoir: "la izquierda es incapaz de afrontar la amenaza gravísima que representa la islamización de Europa". A ver si al final será verdad.
Ahora los de TV3 amenazan el próximo domingo con emitir un reportaje sobre lo bien que se han integrado los hijos de la primera oleada de recién llegados. Lo celebro, pero si quieren saber qué piensan las clases trabajadoras y medias de este país de la inmigración que vayan y pregunten a los vecinos de Sant Ildefons (Cornellà), la Florida y Torrassa (L'Hospitalet), Can Vidalet (Esplugues), El Raval (Barcelona), Sant Roc y Llefià (Badalona) o Rocafonda (Mataró), entre otros. Yo lo he hecho y he visto esto./XAVIER RIUS
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