HAY tantas razones para que nuestros escolares de secundaria estudien los rudimentos del árabe en los institutos que el pretexto de la Consejería de Educación parece pobre y escuálido. No es un frivolidad incluir el aprendizaje del árabe como segunda lengua en ESO como parte de un plan la integración de los inmigrantes -como tampoco lo sería incorporarlo para integrar a los españoles con el idioma y la cultura del vecino extranjero-, pero justificar la inclusión por una mera cuestión, digamos, humanitaria y social equivale a exponerse a un chaparrón entre político y xenófobo que no merecen los árabes ni el árabe.
Seamos cuerdos: el llamado "problema de la inmigración", tal como lo nombran las encuestas sociológicas, concentrado en gran medida sobre marroquíes, argelinos o subsaharianos, ha calado en una importante franja de la población que mezcla con una facilidad endemoniada árabe, criminal, negro, inmigrante y hasta mahometano. El resultado es un concepto abominable y elástico que implica una inquina a todo lo que huela a árabe y a moro, incluido, por supuesto, el idioma.
Es muy saludable corregir tales aversiones con medidas políticas y educativas, pero no sólo con el árabe. O mejor dicho, hay muchas razones de peso de carácter histórico, filológico o, incluso, económico para justificar la incorporación siquiera simbólica del árabe dentro de la enseñanza. Porque ya me dirán qué significa eso de "segunda lengua extranjera" sino una concesión mínima a una cultura gigante y secular.
Lo raro es que un idioma que se habló en nuestra tierra durante ocho siglos, que se ha entremetido en nuestra lengua, y una civilización que ha modelado muchos de nuestros hábitos tenga tan escasa presencia en una sociedad abierta y global como la europea. Y no me venga nadie con el estúpido argumento (sostén de tanta cazurrería) de que si los niños no saben castellano para qué quieren árabe o inglés. La xenofobia no sólo se cura viajando sino también hablando, compartiendo los significados profundos del idioma, esos que rozan el origen del verbo y tantean las ideas originarias de donde provienen.
Si la iniciativa de la Consejería de Educación se reduce a una controversia política entre la parte más abierta de la sociedad y la más intransigente (o, aún peor, entre los votantes de la izquierda y los de la derecha) sería una verdadera pena. Yo he sentido una enorme frustración cuando he viajado por ejemplo a Tánger y he comprobado la destreza de toda la población para expresarse en árabe, francés, español o inglés frente a mi escasa desenvoltura para adoptar esa condición babélica, plurilingüe y cosmopolita.
Islam España es el portal del islam en lengua española , un proyecto de futuro para la convivencia,la cooperación y el diálogo.
Seamos cuerdos: el llamado "problema de la inmigración", tal como lo nombran las encuestas sociológicas, concentrado en gran medida sobre marroquíes, argelinos o subsaharianos, ha calado en una importante franja de la población que mezcla con una facilidad endemoniada árabe, criminal, negro, inmigrante y hasta mahometano. El resultado es un concepto abominable y elástico que implica una inquina a todo lo que huela a árabe y a moro, incluido, por supuesto, el idioma.
Es muy saludable corregir tales aversiones con medidas políticas y educativas, pero no sólo con el árabe. O mejor dicho, hay muchas razones de peso de carácter histórico, filológico o, incluso, económico para justificar la incorporación siquiera simbólica del árabe dentro de la enseñanza. Porque ya me dirán qué significa eso de "segunda lengua extranjera" sino una concesión mínima a una cultura gigante y secular.
Lo raro es que un idioma que se habló en nuestra tierra durante ocho siglos, que se ha entremetido en nuestra lengua, y una civilización que ha modelado muchos de nuestros hábitos tenga tan escasa presencia en una sociedad abierta y global como la europea. Y no me venga nadie con el estúpido argumento (sostén de tanta cazurrería) de que si los niños no saben castellano para qué quieren árabe o inglés. La xenofobia no sólo se cura viajando sino también hablando, compartiendo los significados profundos del idioma, esos que rozan el origen del verbo y tantean las ideas originarias de donde provienen.
Si la iniciativa de la Consejería de Educación se reduce a una controversia política entre la parte más abierta de la sociedad y la más intransigente (o, aún peor, entre los votantes de la izquierda y los de la derecha) sería una verdadera pena. Yo he sentido una enorme frustración cuando he viajado por ejemplo a Tánger y he comprobado la destreza de toda la población para expresarse en árabe, francés, español o inglés frente a mi escasa desenvoltura para adoptar esa condición babélica, plurilingüe y cosmopolita.
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