domingo, 5 de julio de 2009

El último y secreto huerto árabe

Murcia,05.07.09,laverdad.es,ANTONIO BOTÍAS

El remoto Huerto Cadenas hunde las raíces de sus especies insólitas en el siglo XV

<--El único grabado que existe de la antigua torre de Junterón, realizado por J. Albacete.

Palpita, remoto y húmedo, un tanto soñoliento, en el corazón de la ciudad. Pero el eco de su historia pasa desapercibido en la rutina alocada y estrepitosa de este tiempo. Como cualquier tesoro escondido, apenas ha sido revelado a unos cuantos iniciados, quienes pasean sus sendas estrechas en silencio, degustando un auténtico oasis que resiste al bullicio de la urbe desde, al menos, el siglo XV. Y allí, en el corazón del último huerto árabe que se conserva en Murcia, aún retumban los ecos de amores malditos, de batallas feroces, de leyendas insólitas que el tiempo ni el asfalto han logrado sepultar.

Durante siglos, el huerto-jardín que existe en la calle Acisclo Díaz, detrás de la casa de los López-Ferrer, fue conocido por Cadenas o Junterones, la ilustre estirpe que levantó en aquel rincón de San Antón su casa solariega. Las primeras referencias de este espacio se remontan al año 1479, y resurgirían en el testamento otorgado por su propietario, Pedro de la Cadena, el 25 de diciembre de 1551. Allí se ubicaba la llamada Torre de Junterón, que fuera reconstruida en 1726 por el marqués de Beniel. Muy cerca del edificio se encontraba la desaparecida Puerta de Molina o de Castilla.

En apenas cien metros, aparte de la histórica puerta, existió la antigua parroquia de San Andrés, hoy desaparecida, el convento de las Agustinas, que sigue en pie, y la mítica fábrica del Salitre, después renombrada de la Pólvora. Junto a ellas, la ermita de San Antón y algún que otro monasterio que despedazó el paso de los siglos.

Los antecedentes de la casa se remontan al siglo XVI, cuando la mandó construir Gil Rodríguez de Junterón, protonotario del Papa Julio II, y Arcediano de Lorca. A él también se le debe una de las grandes obras del renacimiento español: su capilla en la Catedral, cuya bóveda elíptica incluso aconsejó a algunos autores el denominarla bóveda de Murcia. Porque al regresar de Roma, Gil Rodríguez, además de crear un espléndido mayorazgo en la huerta de Beniel, decidió levantar una capilla funeraria. Aún se conserva en ella su escudo junto al del Papa Della Rovere, que mandó labrar como homenaje al Santo Padre. Y no sólo eso. Igual que los pontífices, también quiso ser enterrado en un sarcófago romano, que fue descubierto en el año 1998 durante unos trabajos de restauración.

En el año 1988, el edificio fue adquirido por el Ayuntamiento de Murcia al impulsar un estudio de detalle que, a cambio de la propiedad, aumentó la edificabilidad en la parte trasera de la finca. Su último propietario, Juan López-Ferrer, no sólo había dado nombre a la casa y conservado intacto el huerto, sino que transmitió a sus descendientes el ánimo de mantenerlo protegido del inevitable empuje urbanizador.

Pero aún tendrían que esperar muchos años, hasta que vieron su sueño cumplido con la inauguración del Museo de la Ciudad. En el libro Arquitectura y arquitectos del siglo XIX en Murcia, de Dora Nicolás, pueden admirarse las últimas instantáneas tomadas al edificio antes de su reforma.

El industrial Juan López-Ferrer, recién acababa la Guerra Civil, fundó la empresa Vigaceros muy cerca de la llamada Balsa Cadenas, que durante años sirvió a muchos murcianos para refrescarse de la calorina estival. En estos «antiguos y acreditados baños», como los anunciaba la prensa local en julio de 1889, se ofrecían «baños tibios» en espléndidas bañeras de mármol, y también remojones fríos, «en la acequia» Caravija.

El huerto está considerado el último ejemplo que existe para conocer cómo se estructuraba una parte del exterior del recinto amurallado de la ciudad. Mantenido hasta el pasado siglo como propiedad privada, el huerto hispano-musulmán conservó una gran variedad de arbolado autóctono y los sistemas de riego de la época, ya que estaba ubicado entre las antiguas acequias Caravija y Aljufía. Allí crecían y crecen toda suerte de plantas aromáticas, que parecen asomarse entre las higueras y las palmeras, o los dos últimos magnolios que se conservan en la ciudad, acaso en la Región con tanta antigüedad. Diminutos andenes se adentran en la espesura, casi una selva de aromas y verdes que se elevan al cielo abrasador en estos días azules del verano.

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2 comentarios:

Pilar Romero dijo...

Yo he tenido la suerte de haber vivido en Córdoba en el último huerto árabe

Pilar Romero dijo...

Cuando leo a las poetisas y poetas árabes del pasado y describen sus voluptuosos jardines, pienso esto lo he vivido yo. En esa casa vivió mi abuelo, mi padre y después yo.
El jardín casi de una hectárea, tenía un naranjo injertado en limonero, la higuera con las brevas e higos mas dulces, con su cristalina gotita de miel. Sobre el pilón enjalbegado de blanco lleno hasta arriba de limpias aguas, volaban libélulas de bellos colores, con alas transparentes desde las que se adivinaba sus cuerpecillos rojos y verdes, junto al níspero de dulces frutos y el olor de la yerbabuena que exhalaba su aroma. Tuvieron que talar un árbol plátano de sombra que al parecer peligraba la casa y los habitantes por si se caía. Nunca he visto un árbol más grande, pues cuatro niñas no rodeábamos el tronco. Un día leí que Cesar Augusto estuvo en Córdoba y sembró un árbol que era un plátano de sombra. el mío pensé. No podía ser otro. su situación en la Avda. de los Mozárabes. Lo derruyó la piqueta y construyó un inmenso edificio.