lunes, 14 de febrero de 2011

La resurrección del panarabismo

Doha,14/02/2011,Al-Jazeera,Lamis Andoni/Traducción para Rebelión de Loles Oliván


La revolución egipcia, influenciada por el levantamiento de Túnez, ha resucitado un nuevo sentimiento de panarabismo basado en la lucha por la justicia social y la libertad. El abrumador respaldo del mundo árabe a los revolucionarios de Egipto refleja un sentimiento de unidad en el rechazo a los dirigentes tiránicos o, al menos, autoritarios, a la corrupción y al gobierno de una pequeña elite financiera y política.

Las protestas árabes en solidaridad con el pueblo egipcio también sugieren que hay un fuerte anhelo de que Egipto renazca como unificador panárabe y como líder. En El Cairo y en las capitales árabes, gentes que ni siquiera vivían cuando murió en 1970, han alzado fotografías de Gamal Abdel Naser, el ex presidente egipcio. Las escenas recuerdan a las que se extendieron por las calles árabes en la década de 1950 y 1960.

Pero esto no es una réplica exacta del nacionalismo panárabe de la época. Entonces, el panarabismo fue una respuesta directa a la dominación occidental y al establecimiento en 1948 del Estado de Israel. Hoy en día, se trata de una reacción ante la ausencia de libertades democráticas y la distribución desigual de la riqueza en el mundo árabe. En la actualidad asistimos al surgimiento de un movimiento por la democracia que trasciende el estrecho nacionalismo e incluso el nacionalismo panárabe y que abarca los valores humanos universales que se propagan de norte a sur y de este a oeste. Ello no significa que no haya ningún elemento anti-imperialista en el movimiento actual. Pero las protestas en Egipto y en otros lugares promueven una comprensión más profunda de la emancipación humana, que constituye la base real para liberarse tanto de la represión como de la dominación extranjera.

A diferencia del panarabismo del pasado, el nuevo movimiento representa una creencia intrínseca en que son la libertad frente al miedo y la dignidad humana las que permiten a las personas construir mejores sociedades y crear un futuro de esperanza y prosperidad. Ha caído la vieja “creencia” de los revolucionarios del pasado de que la liberación de la dominación extranjera precede a la lucha por la democracia.

Los revolucionarios de Egipto, y antes que ellos, los de Túnez, han desenmascarado con hechos y no sólo con palabras a dirigentes que, tiranos con su propio pueblo, están sometidos hasta la humillación a potencias extranjeras. Han demostrado la impotencia de las consignas vacías que manipulan la animosidad hacia Israel para justificar una falsa unidad árabe, que a su vez sólo sirve para enmascarar la opresión sostenida y la traición a las sociedades árabes y a las aspiraciones del pueblo palestino.

El pretexto palestino

La era de utilizar la causa palestina como pretexto para mantener leyes marciales y silenciar a la disidencia ha terminado. Los palestinos han sido traicionados por dirigentes que practican la represión contra su propio pueblo. Ya no basta con reclamar apoyo a la resistencia palestina para que los regímenes de Siria o Irán repriman la libertad de expresión y pisoteen vergonzosamente los derechos humanos en sus propios países. Del mismo modo, ya no es aceptable que los palestinos de Fatah y Hamas recurran a su historial de resistencia contra Israel para justificar su represión mutua y la del resto del pueblo palestino. Los jóvenes palestinos están respondiendo al mensaje del movimiento y abrazan la idea de que combatir contra la injusticia interna —ya sea practicada por Fatah o Hamas— es un requisito previo a la lucha para poner fin a la ocupación israelí y no algo que haya que soportar por el bien de dicha lucha.

Los acontecimientos en Egipto y Túnez han revelado que la unidad árabe es más fuerte contra la represión interna que contra una amenaza extranjera —ni la ocupación estadounidense de Iraq ni la ocupación israelí han impulsado al pueblo árabe como lo ha hecho el acto singular de un joven tunecino que eligió prenderse fuego en lugar de vivir humillado y en la pobreza. Esto no quiere decir que a los árabes no les importe el pueblo ocupado de Iraq o de Palestina —decenas, a veces centenares de miles de personas han salido a las calles en todos los países árabes en diversas ocasiones para mostrar su solidaridad con los iraquíes y los palestinos— pero sí refleja la comprensión de que la ausencia de libertades democráticas ha contribuido a la continua ocupación de esos países.

El fracaso árabe en defender Iraq o liberar Palestina ha llegado a simbolizar una impotencia árabe perpetuada por el estado de miedo y de parálisis en que ha vivido el ciudadano árabe, marginado por la injusticia social y aplastado por la opresión de los aparatos de seguridad. Cuando se le ha permitido manifestarse en apoyo de los iraquíes o de los palestinos ha sido, sobre todo, para que su ira se pudiera desviar de sus propios gobiernos hacia una amenaza externa. Durante mucho tiempo han dejado a un lado sus propias quejas socioeconómicas para expresar su apoyo a los ocupados, sólo para despertar al día siguiente maniatados por las mismas cadenas de la represión.

Al mismo tiempo, tanto los gobiernos pro-occidentales como los anti-occidentales han seguido a lo suyo, como de costumbre; los primeros confiando en el apoyo de Estados Unidos para consolidar su régimen autoritario, y los segundos en los lemas anti-israelíes para dar legitimidad a la represión de sus pueblos.

Pero ahora la gente en toda la región —no sólo en Egipto y en Túnez— ha perdido la fe en sus gobiernos. No nos equivoquemos: cuando los manifestantes se congregan en Amán o en Damasco para expresar su solidaridad con los revolucionarios egipcios de la Plaza Tahrir, en realidad se están oponiendo a sus propios gobernantes.

En Ramala los manifestantes repetían un lema que reclamaba el fin de las divisiones internas palestinas (que, en árabe, rima con el llamamiento que se hacía en Egipto para poner fin al régimen), y que exigía el fin de las negociaciones con Israel —un claro mensaje de que no habrá cabida para la Autoridad Palestina si sigue confiando en tales negociaciones.

En los años 50 y 60, millones de árabes salieron a las calles con la determinación de seguir liberando al mundo árabe de los restos de la dominación colonial y de la rastrera hegemonía estadounidense. En 2011, millones de árabes han invadido las calles decididos no solo a garantizarse su libertad sino también para asegurarse de que los errores de las generaciones anteriores no se repitan. Consignas en contra de un enemigo extranjero —no importa cuán legítimas sean— suenan huecas si la lucha por las libertades democráticas se deja a un lado.

Los manifestantes en El Cairo y más allá pueden alzar fotografías de Gamal Abdel Naser porque lo ven como un símbolo de la dignidad árabe. Pero, a diferencia de Naser, los manifestantes invocan un sentido de nacionalismo panárabe que entiende que la liberación nacional no puede ir de la mano de la supresión de la disidencia política. Porque esta es una verdadera unidad árabe impulsada por el anhelo común de libertad democrática.

Lamis Andoni es analista y comentarista sobre asuntos de Oriente Próximo y Palestina.

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