Ahmad, sirio, tras el mostrador de su pastelería - Maya Balanya
Los musulmanes trasladan, hasta que termine la pandemia, las oraciones diarias a sus casas
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El minarete de la mezquita de la M-30, con 25 metros de altura, saluda a su paso a todos los coches –pocos estos días, debido a las restricciones impuestas por el estado de alarma– que transitan por la que siempre ha sido una de las principales vías de Madrid, ahora casi desértica. Al otro lado de la calle, en Salvador de Madariaga, la valla verde del Centro Cultural Islámico permanece, desde hace días, cerrada a cal y canto. Frente a la puerta bloqueada, un cartel: «Debido a las últimas noticias sobre el coronavirus, se suspende la oración del viernes y los rezos diarios hasta nuevo aviso».
La clausura de este templo por prevención, que tiene función también de centro cultural y comedor, ha transformado la rutina de los miles de musulmanes que acuden diariamente a la gran sala de oración. Adel ha cambiado la moqueta verde del centro por una alfombra en su casa; y los rezos del imán por una conferencia que sigue a través de las redes sociales. «Hay páginas de Facebook e Instagram que retransmiten las oraciones diarias en las que ves al imán con el Corán. Muchos días rezo viéndolas, porque así siento que estoy en la mezquita», cuenta este argelino, de 32 años, que tiene una tienda de alimentación en el barrio de San Pascual, decorada con un cartel que indica «solo dos personas».
Adel posa en su tienda de comida del barrio de San Pascual - Maya Balanya
La compañía de las redes sociales le hace sentirse «menos solo», al menos, las seis veces al día que debe rezar, ya que sus hijos y su mujer están «atrapados» en Inglaterra. «Y en la tienda cada vez entra menos gente, tampoco aquí puedo hablar con nadie», dice.
La Comisión Islámica de España recomendó, un día antes de que Pedro Sánchez anunciase la entrada en vigor delReal Decreto, el cierre de todas las instalaciones por el avance del Covid-19. Riay Tatary, el presidente de la organización, invitó a suprimir las ceremonias colectivas para evitar la concentración de personas «desinformadas» a las que aconsejó que rezasen en sus domicilios. No solo en España, el pasado viernes, día sagrado, fue el primero que no resonó la Salat por todo el mundo.
A Ahmad, vecino de negocio de Adel, le pasa algo similar. Ha cambiado a sus compatriotas y la mezquita por sus hijos y su mujer para el rezo sagrado, que realizan todos juntos en el salón de su casa: «Es una forma de pasar más tiempo con ellos, aunque es complicado explicarles que no pueden salir a la calle».Este arquitecto sirio, que lleva ocho años en España, montó dos pastelerías para poder subsistir. «Antes de esta crisis funcionaban muy bien», indica. Ahmad pide «responsabilidad civil» a la gente para que el virus no se expanda.
Walid, marroquí, reza en casa con sus padres, mayores - Maya Balanya
Otro asiduo a la mezquita y deseoso de que reabra cuando pase la pandemia es Walid, marroquí, que vive con sus padres en el distrito de Ciudad Lineal. Con una mascarilla no homologada se resguarda tras el mostrador de su carnicería. «Aunque siguiese abierta, no iría por mis progenitores. Son mayores, sería irresponsable porque podría contagiarlos. Ahora rezo en casa con ellos», explica el joven, que llegó a España en 2004. «El culto se hace en casa, con el Corán, no en diferido. Para los españoles hay algunas cadenas que retransmiten misa, pero para los marroquíes no», especifica el trabajador, que cree que plataformas de vídeo están bien «para que aprendan a rezar los más pequeños». «Pero no nosotros, que ya sabemos», puntualiza entre risas: «Eso sí, los rezos son ahora más necesarios que nunca, aunque sean en casa».
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