viernes, 11 de octubre de 2019

Nobel de la Paz: Abiy Ahmed Ali, el hombre que pone fin a las guerras enquistadas de África

Roma (Italia), 11 octubre 2019,(FILE), ALBERTO ROJAS.


El primer ministro etíope, Abiy Ahmed Ali. ALESSANDRO DI MEO / EFE

Ha terminado con el enfrentamiento entre Etiopía y Eritrea, uno de los conflictos más largos del continente negro, que comenzó en 1998, y media para apagar la guerra en Sudán del Sur

Su nombre significa "revolución" en amárico y no pudo estar mejor elegido. Desde pequeño fue un niño predestinado, como si todo lo que le ha sucedido, todos los libros que leyó, los cursos que estudió y todas las decisiones que tomó estuvieran enfocadas a conseguir el galardón que lo acredita como Nobel de la Paz 2019, un premio muy importante para Etiopía, pero capital para el continente africano, tan necesitado de narrativas positivas que contrarresten el relato de guerra, hambre y subdesarrollo que marca las simplificaciones africanas.

De padre musulmán y madre cristiana, Abiy Ahmed Ali (Beshasha, Kaffa, 1976) es el primer ministro más joven de África. Es ingeniero informático, de ahí su obsesión por la modernización tecnológica, uno de sus logros más destacados en la Etiopía del 4G, los smartphones y las startups que late en el centro de Addis Abeba. También fue militar y combatió contra la dictadura marxista de Mengistu Haile Mariam. Después fue desplegado en la fuerza multinacional en la Ruanda postgenocidio, donde aprendió mucho sobre la resolución de conflictos enquistados. De vuelta a su propio país, fue asignado a su ciudad natal, Beshasha, donde tuvo que lidiar en un conflicto religioso entre musulmanes y cristianos que dejó muertos pero que no escaló por su labor de mediación. Alcanzó el grado de teniente coronel y dejó la carrera militar.

En Addis Abeba se matriculó en el Instituto de Estudios de la Paz, donde presentó su tesis, "El capital social y su papel en la resolución de conflictos tradicionales en Etiopía". No es un documento académico, sino una hoja de ruta para aplicarla en casos de choques reales, con personas de carne y hueso, en momentos delicados. Dos pueblos ejemplifican estos esfuerzos: oromos y amharas, levantados a veces con violencia y muertos contra el Gobierno por la apropiación de tierras, que se ha detenido parcialmente gracias a su compromiso. Bajo su Gobierno ha liberado a 7.600 presos políticos en Oromia y otros 575 en otras regiones, además de facilitar el regreso de los exiliados.

Aunque su mayor logro, y por eso de han dado el Nobel de la Paz, es haber terminado con una de las guerras más largas y terribles del continente, el conflicto con la vecina Eritrea, que nunca se ha cerrado del todo. Dice la Wikipedia que la guerra entre Etiopía y Eritrea comenzó en 1998 y acabó en junio del año 2000 con 70.000 muertos por el camino. La realidad es que el conflicto nunca se apagó del todo y creó enormes bolsas de población hambrienta. Todo el borde que separa ambos países está lleno de minas, carros de combate oxidados y puestos de vigilancia por todas partes. Esa frontera entre los dos países, que antes eran sólo uno, es una de las más calientes del planeta. 

Aunque se habían hecho intentos reales de alto el fuego antes que él, ha sido Ahmed Ali el que ha conseguido una paz duradera que, salvo algún que otro malentendido, se ha respetado entre los dos países. Para consolidarla, la aerolínea Ethiopian Airlines, el orgullo del país y una de las mejores de África, comenzó a volar de nuevo entre Addis Abeba y Asmara, la capital de Eritrea y se volvió a comunicar ambos países por línea telefónica para que familiares que no tenían contacto desde hacía tres décadas pudieran volver a hablar. No era fácil llegar a acuerdos con la dictadura estalinista de Isaias Afwerki en Eritrea, la última de estas características en África, pero Ahmed Ali lo consiguió y sólo por eso ya merece el Nobel.

Desde que comenzó su andadura como primer ministro en 2018, Ahmed Ali ha probado suerte además con otros conflictos enquistados de difícil solución, como Sudán del Sur. Desde que se fundó el país en 2011 y volvió a la guerra civil entre facciones en 2013, no ha dejado de desangrarse. Ahmed Ali ha ofrecido Addis Abeba como el lugar permanente en el que dialogar y firmar acuerdos de paz. Para su desgracia, los 'señores de la guerra' de Sudán del Sur no mantienen los compromisos como lo hace él y hasta el momento tanto el presidente Salva Kiir como su vicepresidente Riek Machar han incumplido lo firmado en Etiopía una y otra vez.

PROMOVIENDO A LAS MUJERES
En clave interna, apoyó la elección de Sahle-Work Zewde como presidenta de la República para promover la participación de la mujer en la política etíope, tradicionalmente reservada a los hombres. También lo hizo al nombrar a Meaza Ashenafi como presidenta del Tribunal Supremo, además de respetar la paridad en su consejo de ministros.

Su revolución también es reformista en lo económico. No es fácil desmontar el monopolio industrial del Estado etíope que el Gobierno marxista impuso en el país, pero la liberalización está llevando a Etiopía a un gran crecimiento del PIB y a la llegada de dinero extranjero que se aprecia en el horizonte de edificios altos de oficinas en Addis Abeba, una de las capitales más dinámicas de África. Su gran desafío, aún no conseguido, es luchar contra la enorme desigualdad que afecta a la mayoría de la población, igual que sucede con otras potencias del continente como Nigeria, Sudáfrica o Kenia. Con Ahmed Ali se ha terminado la persecución a periodistas críticos, se ha liberado a los informadores y blogueros encarcelados y se han reabierto medios que fueron clausurados por el anterior gobierno. Hasta su llegada al poder, Etiopía era uno de los países marcados en negro por organizaciones como Reporteros Sin Fronteras.

El Nobel premia a un valor joven y osado, con logros tangibles y un discurso que favorece la democracia, la igualdad y la expansión económica frente a los viejos dinosaurios africanos (Obiang, Museveni, Biya, Kagame o Déby) que se han perpetuado en el poder abrazando ficciones democráticas y relaciones interesadas y turbias con Occidente.

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