martes, 1 de octubre de 2019

Anyila quiere que el mundo sepa de los uigures

MIAMI, Estados Unidos,01/10/2019,cubanet.org,Luis Cino


Enfrentamientos entre manifestantes uigures y las fuerzas de seguridad chinas en el 2009, en Xinjiang, que acabaron con más de 150 muertos. (AFP)

Anyila huyó del horror. Salvó a sus niños. Los trajo a la libertad. Pero aspira a regresar un día. Cuando sea un país donde no haya que esconderse.

En Estados Unidos, he conocido a personas de todas partes del mundo que se han ido de sus países en busca de mejores oportunidades. Conversando en español si son latinoamericanos, o en inglés, esa especie de lengua franca en la que, con más o menos pericia, intentamos hacernos entender, nos contamos nuestras historias. Generalmente son tristes. Y no se les avizora el final feliz que tenían en mente sus protagonistas cuando salieron de sus lugares de origen.

De esas historias, una de las que más me ha conmovido es la de Anyila.

Anyila, que tendrá poco más de 30 años y vive en Arlington, es taxista. Nos llevó al aeropuerto Ronald Reagan, en Washington, al colega Carlos Alejandro Rodríguez y a mí. En el trayecto, que duró más de lo debido por lo endiablado del tráfico, entablamos conversación.

Cuando le dijimos que éramos cubanos, periodistas independientes, nos expresó su admiración. Aseguró que ella sabía de los extremos a los que eran capaces de llegar las dictaduras comunistas con aquellos que se atreven a desafiarlas.

Con su hablar pausado y dulce, nos explicó que nació en Turquestán, que lleva cuatro años en los Estados Unidos, y que se fue de su país para darle a sus tres hijos una vida mejor que la que ella tuvo.

Cuando la muchacha nos dijo que era de Turquestán, creí que se refería a Turkmenistán, la república exsoviética del Asia Central, que aún hoy sigue regida por uno de los gobiernos más represivos y violadores de los derechos humanos del mundo. Pero no. Anyila nos explicó entonces, con mucha paciencia y claridad, que se refería a Turquestán Oriental. O Xinjiang, o Sikiang (la Nueva Frontera, o Nuevos Territorio, en manchú) como llaman los chinos a esa región, poblada por uigures y uzbekos, mayoritariamente musulmanes, que ocupan por la fuerza desde 1949.

Luego que entendimos de qué país hablaba, Anyila no volvió a referirse a su tierra como Sikiang, y menos aún al Turquestán Chino. Para ella, que no acepta el dominio chino y es partidaria de la independencia, su país se llama Turquestán Oriental. O mejor, Uiguristán, como se refieren los separatistas a la república que aspiran a proclamar cuando sean libres.

China considera a Xinjiang una provincia autónoma, pero esa autonomía, como la de Tíbet, es una farsa: pretenden enmascarar ante el mundo la limpieza étnica en cámara lenta que llevan a cabo en esos territorios.

Recordemos que China ha hecho pruebas nucleares en las estepas de Xinjiang. Miles de personas han sufrido los efectos de la radioactividad. La mayoría ha muerto.

El gobierno de Beijing intenta destruir la cultura y la nación uigur. Otorga las mejores tierras a los colonos chinos, destruyen las mezquitas, impiden a los musulmanes practicar libremente su religión y hablar y escribir en parsi o turco. Y son duramente reprimidas las protestas de los que se oponen a la dominación china, que invariablemente son calificados de “terroristas”.

Miles de uigures han sido enviados por los comunistas chinos a los llamados “campamentos de reeducación”, que en realidad son campos de exterminio, donde los reclusos mueren de inanición o a consecuencia de las golpizas de los guardias.

Según Anyila, muchos miembros de su familia han muerto en esos campamentos de reeducación.

Diversas fuentes aseguran que China, para usarlos luego en trasplantes y experimentos, extrae órganos de los “terroristas” condenados a muerte. Y les cobra a los familiares de los ejecutados las balas utilizadas para fusilarlos.

Anyila huyó de todo ese horror. Salvó a sus niños. Los trajo a la libertad. Pero aspira a regresar un día a su tierra. Cuando sea un país independiente, donde no haya que esconderse para hablar su lengua y practicar su religión.

Antes de despedirnos, aceptó retratarse con nosotros. Luego de desearnos suerte y días mejores, para nosotros y para nuestros países, Anyila se quejó de que la prensa internacional informa de Tíbet, pero no de Turquestán Oriental. Fue por eso que nos pidió que escribiésemos acerca de lo que sufre su gente y de su lucha por la libertad. De ahí esta crónica. Ojalá ayude.


De izquierda a derecha, Carlos Alejandro Rodríguez, periodista independiente; Anyila, taxista; y Luis Cino (foto del autor)

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