Barcelona,15/10/2017,lavanguardia.com,JOSEP MASSOT
Arturo San Agustín, el año pasado, en el casco antiguo de Barcelona (Àlex Garcia)
Arturo San Agustín critica en su última novela la ciencia considerada como una nueva religión
Dentro de treinta años, según Arturo San Agustín, habrá en el Vaticano un Papa catalán, de Sabadell, ya independiente Catalunya, y un robot de última generación, fabricado en China, de aspecto humano, demasiado humano, dice creer en Dios. Esta es la ficción que ha ideado el escritor para vestir su idea de la ciencia como última de las religiones y, de paso, alumbrar los rincones sombríos del Vaticano. El libro El robot que cree en Dio s aparece en la editorial ED, que dirige Fèlix Riera, para quien la novela comparte la tensión entre crónica y ficción de Egon Erwin Kisch y parte de un supuesto distinto al relato de Phillip K. Dick, ¿Sueñan los androides en ovejas eléctricas?, que inspiró la película Blade runner, pues allí el replicante tiene conciencia de que se le acaba el tiempo y aquí el robot tiene una idea fuera del tiempo, metafísica.
Arturo San Agustín planteó a varios cardenales amigos la cuestión de que una máquina pudiera tener fe religiosa. “Me sorprendió –dice– encontrarme por primera vez que personas cultas del Vaticano no tuvieran una respuesta, y ahí vi la posibilidad de una novela”.
El escritor comparte nombre con el padre de la Iglesia san Agustín, que se preguntaba en qué ocupaba el tiempo Dios antes de crear al ser humano, pero el autor se identificaba más con David Gelernter, el experto de Yale en ciencia computacional que fue víctima del atentado de Unabomber. “Gelernter –dice San Agustín– opina que la humanidad ha sido sacrificada en el altar de la ciencia y la tecnología, y que se ha reprimido la fe en Dios. La presencia de Dios en nuestras mentes no demuestra su existencia objetiva, pero a Dios no se le pude matar. En los últimos 60 años, en cambio, ha nacido una nueva religión, la ciencia, que considera herejes a los que no creen en ella, y digo nueva porque el nacionalismo, sí, es otra religión, pero lleva muchas más años”.
En la novela aparece un Papa de Catalunya, ya independiente y a punto de ser presidida por un musulmán
Para Arturo San Agustín, la nueva religión de la ciencia, además de herejes, tiene sus profetas que, a diferencia de los bíblicos, no son apocalípticos, sino “vendedores de un futuros perfectos y felices, paraísos”.
El robot se llama Talos, como el gigante de bronce que protegía Creta, uno de los primeros autómatas de la historia, que tenía un único punto débil, el clavo que taponaba la vena que corría de la cabeza al tobillo, y que murió cuando Medea lo embrujó y le quitó el clavo para que se desangrara.
En la novela hay otro robot similar, fabricado en Estados Unidos por un científico americano amigo del Papa. Hay también una conspiración de jesuitas para provocar un cisma en la Santa Sede; jesuitas, rivales de sectores del Opus Dei. El Papa es catalán de una Catalunya independiente en la que hay un miembro de los Hermanos Musulmanes a punto de convertirse en presidente de la Generalitat, enfrentado a su vez con los Los Hijos de Bolívar que actúan en el Montseny. Por supuesto, en esta Barcelona del futuro, en lugar del hotel Majestic se alza una mezquita, y los vascos, que habían conseguido la independencia, habían regresado a España.
Arturo San Agustín dice que en la novela vuelca en la niebla de la ficción verdades que no podía decir en un ensayo. Laten en la obra las intrigas de poder y el creciente poder que está asumiendo en el Vaticano la Iglesia latinoamericana, que es quien más aporta a las finanzas vaticanas y quien busca una mayor descentralización o incluso el cisma, mientras la curia romana, en su mayoría italiana, lucha por mantener sus privilegios. De ahí que los papas –dice el autor– busquen viajar y llenar estadios y blindarse con su popularidad.
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