viernes, 24 de febrero de 2017

La comunidad musulmana de Cáceres prepara su sede y un lugar de culto en Aldea Moret

Cáceres,24/02/2017,elperiodicoextremadura.com,Lola Luceño Barrantes


Musulmanes en la mezquita de Cáceres, que cierra. La asociación marroquí abrirá un lugar de culto en su nueva sede de Aldea Moret. - FOTOS: CEDIDAS.

«Será un recinto de integración, abierto a todos los que deseen conocernos», afirma el responsable. Estará en un local cedido por el ayuntamiento que las familias reforman con sus propias aportaciones.

En Cáceres viven unos 300 musulmanes procedentes de Marruecos (en su mayoría), Argelia, Pakistán y otros países africanos y asiáticos. Esta comunidad, muy mermada por la crisis pero con bastante arraigo, necesita reunirse y profesar su religión en un lugar digno. Desde 2006 acuden a una mezquita en Caleros, que el arrendador necesita recuperar ahora. En realidad ya contaban desde hace dos años con otro local cedido por el ayuntamiento en Aldea Moret, pero las reformas han sido lentas debido a la dificultad para costearlas de su bolsillo. “En marzo queremos estrenarlo. Funcionará como sede de la Asociación de Inmigrantes Marroquíes, pero tendremos también un lugar de culto abierto a todos los musulmanes y a los que, sin serlo, deseen conocernos. Todos serán bien recibidos”, explica Said Aboufaris, presidente de la comunidad en Cáceres.

Situado en el número 6 de la avenida de la Constitución, tendrá algunas funciones como mezquita: permitirá dar clases a los niños musulmanes y organizar actividades para la convivencia del colectivo, pero también con el resto de la sociedad y con otras religiones. «Será un local de integración, daremos charlas con nuestros hermanos cristianos y evangélicos, estaremos abiertos a todo lo que permita que la gente vaya conociendo el Islam», afirma Said, muy agradecido «a la alcaldesa y a todos los que han hecho posible el traslado». La asociación abonará el seguro del local, la comunidad y otros gastos.

ASÍ SERÁ.

El recinto, de unos 170 metros cuadrados, afronta ahora su última etapa de reformas. Estaba en bruto, sin luz ni agua. Las familias islámicas han tenido que realizar donaciones desde hace dos años para poder adecentarlo. «Las cosas andan mal, la crisis nos afecta a todos, no hay dinero y muchos musulmanes no tienen trabajo. Cada familia ha hecho las aportaciones que ha podido: 100, 50, 20 euros... También nos han ayudado otras comunidades islámicas de Extremadura, ya que tenemos mucha relación y nos apoyamos unas a otras», revela. Tras parar la obra por falta de dinero, ya la han retomado «y lo más seguro es que en marzo estemos allí», detalla Said.

El colectivo prevé organizar un acto de inauguración al que también se invitará a las autoridades. El recinto tendrá su lugar de culto en la entrada, dos oficinas para reuniones, baños adaptados y un salón donde se dará clases a los niños y se realizarán los encuentros de fin de semana, así como las reuniones de las mujeres musulmanas, que acostumbran a charlar sobre temas de interés muchas veces en torno a una merienda. Todo ello está suponiendo unos 12.000 euros en obras y otros gastos, «porque además hay que poner un poco de mobiliario, las alfombras para la oración, la iluminación, dar de alta el agua y la luz, pintar y cambiar las puertas...», enumera Said Aboufaris.

Además, la comunidad islámica se ha reducido prácticamente a la mitad durante la crisis, lo que ha complicado la financiación de este inmueble. «Familias enteras se han marchado a otras ciudades españolas en busca de trabajo, incluso a Francia, Alemania, Italia o Bélgica. Muchos han vuelto a Marruecos. Antes había otra alegría, familias con cuatro y cinco miembros, hasta que la comunidad empezó a reducirse en 2009, la gente aguantó como pudo pero era muy difícil», relata Said, quien lamenta que la población musulmana aún no perciba hoy la recuperación. «Tenemos muchos comerciantes y la verdad es que todos dicen lo mismo. Mientras no haya más empresas y vuelva la construcción, no habrá trabajo. La gente no compra, lo poco que hay en Cáceres son funcionarios».

Las cuentas también se tornan ahora más difíciles. «En la mezquita de Caleros antes nos cobraban 700 euros de alquiler y podíamos pagar a un imán profesional que nos daba la clase, la oración, preparaba los sermones... Entonces la mayoría trabajábamos. Ahora sería imposible tener un imán todo el año, salvo en el Ramadán, porque en ese periodo se hace obligatorio, hablamos de un mes muy espiritual. Cuando hay un imán se crea muy buen ambiente, y cuando no, parece una clase sin profesor, nos apañamos pero no es lo mismo», matiza.

La mezquita constituye un lugar realmente importante para un musulmán. «Rezamos las oraciones cinco veces diarias y la obligación es hacerlo en la mezquita, pero en este y otros países el trabajo y otras causas nos lo impiden. Por eso siempre intentamos acudir a las dos últimas, a partir de las ocho. Durante los fines de semana solemos estar en las cinco oraciones», precisa.

Además, la mezquita les sirve de lugar de encuentro: se relacionan y conocen los problemas de unos y otros. «En la comunidad estamos unidos para poder ayudarnos. Algunos musulmanes llegan a la ciudad sin dinero y cada cual le ofrece lo que puede».

Cuando muere un miembro de la comunidad también se apoyan según sus costumbres, a falta de grandes mezquitas e imanes. «Vamos al tanatorio, lavamos el cuerpo, lo envolvemos en tela blanca, le echamos perfume y pedimos clemencia por él. El problema es que todavía no contamos con lugares de enterramiento y hay que trasladar los cuerpos a países musulmanes, aunque el fallecido tenga nacionalidad española, con el alto coste que supone. Solo necesitaríamos enterrar el cadáver, sin ataúd, para nosotros es solo un cuerpo y lo que cuenta es el alma, creemos en la resurrección», detalla Said.

Satisfechos 

Al margen de estas situaciones, «los musulmanes estamos muy bien en Cáceres, el comportamiento de la gente es muy bueno, recibimos un trato excepcional y nos sentimos extremeños», confiesa Said Aboufaris, cuyo padre fue la primera generación de su familia que llegó a la ciudad. «En 1992 vine a verle, de vacaciones, y me gustó tanto que dejé la universidad en Marruecos para entrar en la de Extremadura. Luego me hice comerciante contra los consejos de mi padre», relata. Said lleva 25 años en Cáceres, tiene la nacionalidad hace mucho tiempo y tres hijas a las que resulta gratuito hablar de integración, «porque son españolas de nacimiento y están más integradas que cualquiera».


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