El silencio sólo se rompe con los rezos; la magia, siempre intacta.
Es una ciudad enclavada en el Medioevo, en aquel tiempo en la que se la consideraba sagrada. Por tanto, ningún ser fuera de la creencia musulmana podía ingresar.
Es una ciudad azul, como sus puertas y ventanas, como sus arcos bajos, como sus calles apretujadas, laberínticas, silenciosas. Silencio sí, excepto 5 veces al día cuando desde las mezquitas invitan a los rezos. Entonces más que murmullo las oraciones a voz viva invaden todo el aire, todos los ambientes y también las almas.
La Medina se atraviesa en sandalias, ningún auto cabe por esos callejones. Tras la puerta Bal Al Ain (una de las 6) los senderos ascienden y el viajero los sigue hasta la bella plaza de Uta el Hamman, rodeada de esos lugares justos para detenerse por un café. A pazos la fortificación o Kesbah y sus patios perfumados, su museo, y al lado la Mezquita Mayor, que es sobrecogedora.
Las tiendas del mercado de la plaza Al Makhzen son ésas que nadie se quiere perder. Allí bellos tapices de hilo de seda, telas impensadas de colores vivos, los mil y uno modelos de teteras y vasos marroquíes en los que se sirve el sabroso té de menta en todos lados; las sandalias, los sacos con especias, con hierbas y tés, los trajes típicos y también, algo de producto globalizado. Cuando el hambre acecha, un humus y tajín con cordero (mechoui) quizá sea la mejor forma de saborear Chaouen, un café con esas confituras de antología para después.
De ese entorno de mercado hacía el noreste a Bab el-Ansar y la fuente Ras el-Maa, uno de los lugares más bonitos de Chaouen. Abajo el agua parece acariciar las piedras mientras seda a los humanos, más allá las mujeres lavan.
Entonces mirar con atención pero no incomodar es la premisa, seguir el camino y llegar al Rif Sebbanin, el barrio de los lavaderos, con la Plaza de Sebbanin y su mezquita del siglo XV es de los paseos clásicos.
Algún expedicionario sugiere un hamman. Allá vamos a remojarnos en la eternidad, en la tibieza del agua, en los aromas que se llevarán puestos por muchas horas. Pronto el atardecer y sus colores, y otro momento de oración para los de acá, y otro momento de éxtasis para los del mundo que escuchan a modo de cantos los rezos y no dejan de mirar a un horizonte que se vuelve cercano.
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