domingo, 18 de septiembre de 2011

China busca refugio espiritual en Confucio

SHANGHAI,18.09.11,larioja.com,ZIGOR ALDAMA

La familia de los 'Kong', descendientes de Confucio, durante una ceremonia. :: ZIGOR ALDAMA

El rápido desarrollo económico ha causado un vacío de valores en una sociedad que ha hecho borrón y cuenta nueva con las tradiciones

Los dirigentes del Gran Dragón tiemblan ante el auge del islam y el cristianismo

Es solo una reunión familiar, pero no una cualquiera. Podría destacar por lo numerosa que resulta la estirpe de los 'Kong', que han conseguido reunir a más de doscientas personas, o por lo llamativo del atuendo que han decidido ponerse, que parece sacado del vestuario de una película ambientada en dinastías pretéritas. Pero las cámaras que retransmiten en directo para la televisión regional este peculiar encuentro familiar no solo se recrean en esta exquisita escenografía.

No, el interés se esconde en lo que representan quienes se han citado en un pequeño templo de Jiading, a las afueras de Shanghai: son los descendientes de Confucio, Kong Fuzi en chino, que quieren reivindicar las enseñanzas del filósofo oriental por antonomasia para combatir la falta de valores que ha llegado con el neocapitalismo al que China se ha abrazado con fuerza para liderar el siglo XXI.

A juzgar por los numerosos automóviles Audi de color negro que se han congregado a la entrada, no les falta apoyo gubernamental. Como reconocen algunos políticos locales que no quieren ser nombrados, el Partido Comunista también está preocupado por el vacío moral que se está apoderando de una sociedad que ha sustituido la religión, con la que arrasó Mao durante la Revolución Cultural en la que impuso el comunismo más cerril, por el culto al dinero. Y los dirigentes chinos también tiemblan ante el auge del islam y el cristianismo, dos confesiones que ganan adeptos hasta superar los cien millones, y que tratan de organizarse a la sombra de los potentes focos gubernamentales que buscan controlar todos sus movimientos.

La ceremonia de Jiading, aunque no esté dedicada a deidad alguna, rebosa solemnidad propia de una misa. A pesar del intenso calor, el silencio de los Kong no se rompe en ningún momento. Resisten estoicamente durante la hora larga en la que su líder, Kong Zhong, fundador del Centro de Enseñanza Confuciana y director de la Asociación Confuciana Internacional, muestra sus respetos frente a la escultura de su más famoso antepasado. Casi 1.500 millones de personas siguen todavía su dogma social, muchas veces sin saberlo. Forma parte del ADN de chinos, japoneses, coreanos y vietnamitas, sobre todo. Pero el individualismo materialista que ha conquistado Extremo Oriente amenaza con cambiar la genética y destruir los lazos que promovió con sus enseñanzas, casi religiosas, de Confucio.

«Desafortunadamente, la Revolución Cultural destrozó los valores tradicionales de China, y abrió las puertas de la cultura occidental», se lamenta Kong Zhong durante el banquete celebrado después de la ceremonia. «Tenemos que recuperar la doctrina de Confucio, porque la juventud necesita algo en lo que creer. Hay quien piensa que es necesario impulsar la religión, sobre todo el budismo. Pero yo creo que eso puede crear graves problemas de identidad. Sólo necesitamos revivir algo que es nuestro».

División en la calle

No obstante, la sociedad está dividida. Buena muestra de ello es lo sucedido con una escultura de bronce de Confucio, de nueve metros de altura, que apareció como por arte de magia en la plaza de Tiananmen. Se dispararon entonces los rumores sobre la posibilidad de que el mausoleo de Mao fuese a desaparecer de la icónica explanada para que solo reinase en el centro neurálgico del poder chino este filósofo de hace 2.500 años, al que el régimen ya dedicó el año pasado -con poco éxito de público y crítica, eso sí- una película protagonizada por Chow Yun Fat.

Pero tal y como apareció, Confucio se fue. Sin dar más explicaciones, una grúa se la llevó. Por lo visto, un sector del poder considera que el país todavía no está preparado para deshacerse de la figura de quien creó la República Popular, a pesar de que el retrato más querido de Mao es el que va impreso en los billetes de yuanes. Su figura ha quedado reducida a un icono de la propaganda más rancia.

No obstante, en la otra cara de la moneda, durante la polémica por la efigie de Tiananmen muchos consideraron que erigir al lado del mausoleo que guarda el cuerpo embalsamado del padre de la patria una escultura de Confucio podría dar alas a los que critican abiertamente su Revolución Cultural. Y eso no es adecuado, porque una crítica podría seguir a otra, y así hasta que se abriese la caja de Pandora de la inestabilidad social.

Sin embargo, Kong Zhong está convencido de que China debe cambiar el rumbo que dictó primero el Gran Timonel y que cambió luego Deng Xiaoping, quien aseguró que «enriquecerse es glorioso» y decidió abrir al comercio exterior cinco ciudades que sirvieron para experimentar con el capitalismo, cuyo modelo, a la postre, ha convertido al Gran Dragón en la superpotencia que es.

«En estas últimas tres décadas los chinos se han enriquecido, pero nuestro país no es más justo. Las diferencias sociales se agrandan y el Medio Ambiente corre grave peligro. El confucianismo puede ayudar a conseguir la armonía que necesita China. El maoísmo ya no funciona».

Sin embargo, las enseñanzas de Confucio no calan en la juventud, a pesar de que los más pequeños están obligados a recitar algunos de sus textos durante la enseñanza primaria. «La mayoría piensa que es algo viejo», reconoce Kong. «Pero es una creencia errónea fruto de la deficiente enseñanza del país. Los chavales saben leer, pero no entienden lo que está escrito. El confucianismo no se estudia en la escuela, sino en la vida. No basta con recitar lo que escribió Confucio, hay que debatirlo».

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