domingo, 12 de junio de 2011

Una comunidad de 40 nacionalidades

León,12/06/2011,diariodeleon.es


Una foto histórica. El 18 de junio de 1977, Bembibre se echaba a la calle para despedir, junto a pak

portugal, pakistán, Cabo Verde, china, rumanía, Colombia. El final de las minas y LA CRISIS han FRENAdo LA INMIGRACIÓN a BEMBIBRE. Pero la villa aún no ha dejado de ser UNA pequeña BABEL

Se llamaba Abdul Razaq, tenía 20 años, y fue el primer pakistaní que murió en una mina del Bierzo. El 16 de junio de 1977, al terminar su jornada laboral en la explotación de Minex en San Andrés de las Puentes, se internó junto a un compañero de tajo, el portugués, Adriano Fernández Xavier, de 23 años, por una galería ya explotada de la mina. Nadie sabe muy bien por qué lo hicieron, pero horas después, el turno de noche los encontraba muertos en la galería, asfixiados por el monóxido de carbono.

El funeral por Abdul Razaq fue el primer sepelio bajo rito musulmán organizado en Bembibre. Dos días después del accidente, reunió a una multitud en el Campo de los Juncos, estadio del equipo de fútbol del Atlético Bembibre, antes del traslado de sus restos en avión a Pakistán. «El sepelio aglutinó a muchos vecinos de Bembibre, ya que los pakistaníes que se encuentran trabajando en la cuenca gozan del afecto y la admiración de todos», contaba el Diario de León de aquel acto que hermanó como nunca antes a la villa con sus inmigrantes, hasta el punto de que Minex pagaría después el traslado del cuerpo a Pakistán.

Abdul Razaq fue de los primeros pakistaníes que llegaron a Bembibre, todavía hoy una pequeña Babel de 39 nacionalidades -”más una familia de origen vietnamita-” que han ido asentándose en la cabecera de la cuenca minera del Bierzo Alto en los últimos 35 años atraídos por la extracción del carbón primero, por el boom de la construcción y la bonanza económica después, y por la apertura de fronteras al ingresar sus países en la Unión Europea, como ha sucedido con los rumanos.

La mina se ha secado. Nadie llega hoy a Bembibre para trabajar en los chamizos que daban de comer a miles de mineros afincados en toda la cuenca durante los años ochenta. Pero la cabecera del Bierzo Alto, donde sólo sobreviven las explotaciones grandes del grupo Alonso y de Manuel Lamelas Viloria, aún mantiene a un 12 por ciento de población extranjera. Suman 1.194 personas en un censo de 10.071 habitantes, según las últimas estadísticas.

Y los primeros en llegar, antes incluso que los pakistaníes, fueron los portugueses. Bembibre todavía tiene censados a 499 lusos. Un número significativo como para que el Gobierno de Portugal mantenga profesores de lengua en escuelas y parvularios, como el de Pradoluengo, donde Cristina Veiga da clase a 115 niños de todas las nacionalidades que aprenden tres idiomas; español, portugués e inglés. «Estamos aquí para no dejar morir la lengua», explica.

Y es que el portugués es el segundo idioma en Bembibre, donde también reside una importante comunidad venida del archipiélago de Cabo Verde. El primer isleño que apareció por la cuenca se llama Juan Centello y se asentó en Torre del Bierzo en 1974, según cuenta Honorato Pinto, presidente de la asociación Amílcar Cabral, que agrupa a la mayoría de los 150 caboverdianos residentes en Bembibre. Hipólito Manuel Fonseca, que ya no vive en el Bierzo, y Luis Manuel Cabral, que comenzó trabajando en la mina de Arlanza, fueron los primeros en llegar al municipio tres años después. Eran los años setenta, Cabo Verde se independizaba de Portugal el mismo año de la revolución de los claveles y los lusos, libres de la dictadura de Salazar, cruzaban la frontera a centenares para trabajar en las minas del León. Con ellos llegaron los nativos de la antigua colonia del archipiélago atlántico, con la misma lengua y religión, pero de cultura y raza africana. Y Bembibre comenzó a ser un crisol.

Tanta variedad de lenguas y razas -”la enorme casa de la cultura de la localidad es una Casa de las Culturas, en plural-” ha acabado por forjar la leyenda de Bembibre como un modelo de convivencia. Hubo un tiempo, sin embargo, en que convivir no era tan fácil. Poca gente quiere recordar los roces que a finales de los años setenta enfrentaban en peleas callejeras o a las puertas de alguna discoteca a algunos de los primeros caboverdianos llegados a Bembibre y a determinados grupos de trabajadores portugueses, entre ellos algún que otro veterano de la guerra colonial en Angola que no veía con buenos ojos la presencia de ciudadanos de otra ex colonia. La Guardia Civil atajaba aquellos encontronazos sin miramientos. -˜Todos al calabozo-™, era su política. Y los malos vientos amainaron.

Honorato Pinto, que en septiembre de 1986 ayudó a fundar la asociación Amílcar Cabral, llamada así en honor al héroe de la independencia del archipiélago, prefiere no remover demasiado en aquella época, aunque insiste en que nunca llegó a producirse ninguna expulsión del país. «No todos fueron santos, claro, pero fue una cosa que pasó y hoy tenemos una buena mixtura», explica.

En el local de la calle Amable Arias Yebra, la comunidad caboverdiana ha recibido en los últimos años a ministros de su país, a candidatos a la presidencia, y ha divulgado su cultura a la vez que ofrecía un lugar de ocio para los inmigrantes. «Por aquellos años, la gente estaba muy perdida y los fines de semana no sabía donde ir», añade Pinto, que lleva 29 años en Bembibre. A Pinto le costó adaptarse a vivir bajo la dictadura de los horarios, a la lluvia en invierno y al frío. Y perdió peso. Pero a todo se acostumbra uno.

La integración de los cabo verdianos ha tenido un buen ejemplo en el baloncesto, donde a mediados de la década de los noventa, la mitad del equipo femenino que hoy juega en la división de plata nacional estaba formado por chicas del archipiélago. Entre ellas, Gilda Silva Andrade, de 33 años, y todavía un puntal del Coelbi, con el que ha seguido jugado en la última temporada a pesar de que el físico empieza a fallarle. Gilda Silva, que tiene la doble nacionalidad y trabaja en los servicios administrativos del Ayuntamiento, llegó a Bembibre con 11 años. «Me costó mucho adaptarme, pero la necesidad te hace madurar», cuenta. Con la boda con su novio español en mente, tiene claro que a Cabo Verde ya sólo vuelve en vacaciones. «No cambio esto por nada» afirma.

Los primeros pakistaníes llegaron poco antes que los caboverdianos y con 151 personas -”96 hombres y sólo 55 mujeres-” siguen siendo la segunda comunidad de extranjeros en Bembibre. Y de nuevo, la mina fue el imán que les atrajo desde miles de kilómetros de distancia. Aunque algunos capataces no les querían en sus explotaciones, los empresarios, por lo general, se lo pusieron fácil e incluso en Minex les entregaban el bocadillo del mediodía para que no tuvieran que preocuparse de la comida. El problema es que entre el pan, sobresalían jugosas piezas de jamón y chorizo, carne de cerdo prohibida para los musulmanes, y los bocadillos acababan irremediablemente en la escombrera.

Para dejar claro su deseo de integrarse y agradecer a los empresarios mineros que les hubieran contratado, los primeros pakistaníes que trabajaron en el Bierzo Alto ofrecieron en 1977 una fiesta a sus patronos a la que no faltó el alcalde, Fernando Calvo, que también explotaba minas. Lo recuerda la corresponsal de este periódico en Bembibre, María Ángeles Cebrones, porque la celebración fue en casa de sus padres, que vivían enfrente de la vivienda donde se alojaban los primeros 21 inmigrantes del Punjab llegados a Bembibre. Aquel día, la carne de cerdo no apareció por ninguna parte del menú tradicional pakistaní, claro, y todos comieron manjares como pollo picante y sémola dulce.

El funeral islámico por Abdul Razaq, ese mismo año, acercó como nunca a la comunidad pakistaní, tan celosa de sus tradiciones, y a los vecinos de Bembibre. La familia de la propia Cebrones mereció más de una línea y de una foto en los periódicos pakistaníes por su apoyo decidido a la comunidad asentada en el Bierzo Alto.

Los pakistaníes se agrupan hoy en dos asociaciones; la más urbana de Todo Hermano Unido, y la más tradicional de Pueblo Puran, una localidad del Punjab pakistaní que cuenta con un buen número de jubilados -˜españoles-™, que han visto como su pensión les proporcionaba un nivel de vida muy superior al de sus vecinos. Por paradójico que parezca, quienes siguen en Bembibre empiezan a pasarlo ahora peor. No es extraño ver a desempleados pakistaníes jugar al parchís en el parque de Gil y Carrasco o al voleibol en el colegio Santa Bárbara. «Cuando había trabajo para todos, sólo jugábamos el sábado y el domingo. Ahora hay que ocupar el tiempo y hacerlo en algo que además sirva. El voley es duro y hace esforzarse y sudar. Y juegos como el parchís hacen pensar. Pero preferimos tener trabajo y atenderlo», dice Rajá, un treintañero que luce bigote.

Si los caboverdianos se reúnen en los locales de la asociación Amílcar Cabral y de la Asociación de Cabobercianos -”creada en el último año y que toma el nombre de un palabra inventada por los más jóvenes para definir a la generación nacida en el Bierzo-” los pakistaníes, que suelen residir en las viviendas baratas, lo hacen en dos locales junto a las piscinas y en el barrio de La Estación, donde rezan. Rajá sabe que la religión es lo que les separa de una integración. «Pero agradecemos el gran respeto mostrado», dice de sus vecinos españoles.

Las mujeres no salen a la calle sin velo, ni lo hacen solas, y suelen manejarse peor en castellano. Algunas de ellas participaron hace dos años en un taller de alfabetización, según recuerda la concejala de Bienestar Social saliente en el momento de escribir estas líneas, Fabiola García. «La idea era que sobre todo, las mujeres pakistaníes aprendieran la lengua, pero luego hubo más mujeres polacas, que querían aprender español para ingresar en el mercado laboral», cuenta. Los polacos, mineros casi todos los hombres, también son otra comunidad importante en Bembibre con 59 miembros.

Ha abierto camino entre las mujeres pakistaníes, la joven Zanid Rashid, que nació en Bembibre en 1988 y tiene nacionalidad española. Rashid fue la primera chica pakistaní en terminar el Bachillerato y tras estudiar un módulo profesional, ha trabajado durante temporadas en las oficinas del Ayuntamiento. Otra chica más joven que ella y también nacida en Bembibre, estudia Medicina en Alicante, cuenta Rashid, que está casada con un pakistaní y aunque use velo, no se siente diferente por vestir diferente. Prefiere, eso sí no ser fotografiada. Rashid lamenta sobre todo, los prejuicios que el terrorismo ha lanzado sobre el Islam. «Se asocia el Islam con el terrorismo y es una religión que tiene prohibido hacer daño incluso a un animal. La Yihad no existe cuando se entiende que es para atacar a alguien. Es para defenderse», afirma.

Ya en los noventa, llegaron a Bembibre los trabajadores de los países del Este. Búlgaros (66), polacos (59), rumanos (34) y rusos (25). Pero también marroquíes (64). En Bembibre hay además argentinos (25), chinos (24) -”tienen tres tiendas, pero se muestran reacios a participar en este reportaje-” brasileños (23), colombianos (20) y la presencia testimonial de ciudadanos de países tan dispares como Bangladesh, Uruguay, Moldavia, Ghana, Gambia, Estados Unidos, Argelia, Alemania, Perú o Japón, hasta llegar a las 39. Un caso aparte es de las seis familias de refugiados vietnamitas que en 1980 vivieron una temporada acogidos en casas prefabricadas. Sólo una se asentó en la villa y desde hace años explota un kiosko en la plaza Santa Bárbara. La hija, sin embargo, declinó participar en este reportaje.

Desde ahora, el futuro es igual de incierto para todos. La crisis ha frenado la inmigración y comienza alentar un nuevo éxodo en sentido contrario entre los hijos de inmigrantes, pero también entre los bembibrenses nativos, advierte Honorato Pinto, que posa con los colores de las banderas de Cabo Verde y España mezclados. «Nosotros hemos tenido suerte, estamos prejubilados, pero la emigración no tiene fin. Otra vez veremos las maletas en las puertas».

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