En algunas pequeñas ciudades de la costa atlántica marroquí el fin de las horas diurnas de ayuno durante el mes de Ramadán se señala con un cañonazo frente a la playa. Es una ceremonia sencilla pero llena de encanto, que comienza cuando un poco antes de la puesta de sol los niños, no siempre acompañados de familiares, se agrupan frente al lugar reservado para un aparatoso camión del Ejército, que llega puntualmente todas las tardes acarreando un cañón de mediano calibre. También hay adultos curiosos, extranjeros algunos (como yo, que he asistido a menudo al acto), y dos o tres pedigüeños desperdigados que aprovechan la relativa religiosidad del momento para solicitar un dirham de limosna. Los niños, que saben al minuto el lenguaje de los gestos, empiezan ya a taparse los oídos con los dedos cuando los soldados, sin excesiva marcialidad pero conscientes de su importancia, se acercan al carro armado y encienden la mecha, conectados telefónicamente -si no es mucho imaginar- con los hombres santos avezados en la contemplación del cielo. Es la hora.
El disparo es ruidoso (ha de oírse en toda la ciudad) aun siendo de carga hueca, sin impacto en las aguas o las arenas, que de cualquier modo se han vaciado ya de bañistas y, sobre todo, de los centenares de futbolistas aficionados que llenan las dos horas previas al fin del ayuno jugando a la pelota en la playa, descalzos pero provistos de porterías metálicas portátiles. Inmediatamente después del cañonazo, o a la vez, suena la potente sirena del aviso y cantan los almuédanos su plegaria, una pequeña sinfonía vocal que aún remarca más el absoluto silencio que sigue a continuación. La orilla se ha vaciado, el Ejército ha vuelto a sus cuarteles, y la población entera come. Todos los musulmanes del mundo se detienen y cumplen los requisitos de su religión.
Tengo más de un amigo árabe que observa el Ramadán en Madrid en estos calurosos días de agosto y no se queja. Su sacrificio (sobre todo el de no beber ni una gota de agua o cualquier otro líquido aunque se trabaje a pleno sol) pasa desapercibido en el tráfago y la rutina de los que aquí comemos, bebemos y fumamos sin restricciones mientras ellos se abstienen, lo cual, también reconocen los más piadosos, permite al musulmán europeo que no quiera ayunar hacerlo sin despertar recelos. El ayuno coránico tiene, por supuesto, unas connotaciones simbólicas propias, derivadas del mandato divino de expiación, pero no hay que olvidar la peculiar relación que todas las religiones tienen con el alimento, y en especial con la carne. Nos sorprende a veces a los que tenemos una formación cristiana la voluntaria renuncia de los musulmanes a ese manjar único que es la pata negra de un buen cerdo, por no hablar de la privación judía del conejo a la brasa, otra exquisitez nuestra incomparable.
Ahora bien, también "nosotros" tenemos lo nuestro, o lo teníamos, pues no siendo yo ahora católico practicante ignoro si las nuevas generaciones siguen privándose tan religiosamente como las anteriores de comer carne en viernes, dando así carta de gastronomía a esa delicia del paladar que es el potaje de bacalao y garbanzos (con o sin espinacas, según el gusto), tomado en todos los hogares durante la Cuaresma y en el mío también todos los primeros viernes de mes. En países de gran consumo cárnico como Argentina o Uruguay, donde comer pescado no está entre las prioridades de sus nativos, uno (que es pescadero por vocación y no por mandamiento de la santa madre) lo hace, y puede así pasar por más piadoso, aludiendo a esa estricta observancia de los viernes sin chuletón ni asado de tira.
Vivir el Ramadán en un país musulmán impresiona en todo caso, yo diría (de nuevo personalmente) que más por el rito que por la obediencia. En la ciudad costera del sur de Marruecos donde yo estaba hace unos días, el cañón volvía a sonar en torno a las dos de la madrugada, avisando a los habitantes de que aún les quedaba tiempo para la última comida de la jornada, la shor, que precede al comienzo del ayuno, señalado de nuevo por las preces del altavoz de todas las mezquitas. Todas las mezquitas. ¿Todos los musulmanes del mundo? Marruecos, que es un país mucho menos anquilosado de lo que aquí -aznáricamente- se piensa, muestra disidencias también en ese territorio sagrado del ayuno. Y así este año han vuelto a manifestarse, y a ser disueltos por la policía, todo hay que decirlo, los (aún pocos) miembros del llamado Mali, Movimiento Alternativo para las Libertades Individuales, que, convocándose a través de Facebook, se reúnen en Rabat o en Casablanca para tomarse al mediodía un modesto sándwich en público. Tampoco era fácil, cuando yo era adolescente, decirles a tus padres que tú lo que querías, en lugar del potaje de vigilia, era un filete empanado.
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viernes, 27 de agosto de 2010
En Ramadán
Madrid,27/08/201,elpais.com,VICENTE MOLINA FOIX
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