Khadya es la encargada de hacer la comida para toda su familia mientras que ellos descansan FOTOS: SANTI M. AMIL
Los musulmanes que viven en Ourense afrontan el ramadán con mucha alegría a pesar de los trastornos que suponen los horarios laborales y el calor de la ciudad
Es jueves y ya son casi las diez de la noche. La televisión da la señal de que hay que dejar todo a un lado y ponerse a rezar. La familia senegalesa que vive en O Couto se cubre de ropa y acto seguido entran en una de las habitaciones del modesto piso para ofrecer su culto a Alá. Mientras ellos rezan, la tele sigue encendida a pesar de lo cual el silencio invade la casa. Pasados cinco minutos, Ibrahima Diouf, junto con el resto de su familia, vuelven al salón de la vivienda donde por fin podrán calmar el hambre acumulada durante todo el día. Calor, trabajo, horarios... Estos son algunos inconvenientes que tienen las familias de religión musulmana para celebrar el ritual religioso, pero que la mayoría de ellos superan sin ningún tipo de problema.
En sus rostros no hay tristeza. Al contrario, están alegres pues lo que están haciendo lo hacen convencidos. «El único fin de este mes es ser mejores personas en el día a día», reflexiona Ibrahima. Y para ello no pueden comer ni beber durante las horas que reina el sol. Pero no solo eso. También nos cuentan que no pueden mantener relaciones sexuales durante el día y deben ser cordiales con todo el mundo.
Se conforman con poco, con lo que mucha gente del mundo occidental no se conformaría. Son felices «siendo buenos». Tal y como manifiesta el joven senegalés: «Nos sobra con saber que en el mes del Ramadan disminuyen el número de atentados». Antes de llevarse a la boca el plato fuerte comen un pequeño manjar consistente en café, fruta, pan y dátiles. «Lo primero es beber algo caliente», dice Ibrahima. Acto seguido Khady, la mujer de la casa, pone en el centro de la mesa una fuente llena de cuscús con carne. Todos cogen una cuchara y comen del recipiente. Esta es la práctica tradicional.
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