Varios jóvenes arrojan objetos a la Policía en un barrio deprimido de Grenoble, un día después de la muerte de Karim Boudouda. :: AFP
Las medidas del Gobierno francés no impiden que el descontento de los barrios deprimidos se troque en violencia cada cierto tiempo
IRA MARGINAL
Octubre de 2005. La muerte de dos adolescentes que huían de la Policía desata una salvaje ola de violencia urbana en una 'banlieue' cercana a París.
Efecto dominó. Las revueltas se extienden por las principales ciudades de Francia y algunos países colindantes.
Máxima alerta. El presidente Jacques Chirac declara el estado de emergencia y el Parlamento lo prolonga durante tres meses.
Mano dura. Nicolas Sarkozy declara la «guerra» a la delincuencia y el narcotráfico tras asumir su cargo como jefe de Estado francés en mayo de 2007.
Julio de 2010. La muerte de dos jóvenes a mano de las fuerzas de seguridad provoca una nueva ola de desórdenes públicos.
Despliegue del Ejército. El Gobierno despliega más de 250 militares para recuperar el orden en el país.
«Algo así sería imposible en Francia», aseveró con más presunción que acierto en 1992 el entonces presidente galo, François Mitterrand. Convertidas las calles de Los Ángeles en un campo de batalla racial, el dirigente enumeró el recetario de su país para la paz social: humanidad, políticas integradoras y generosas de ayudas públicas. La fórmula mágica no impidió que en octubre de 2005 la Intifada de la 'banlieue' -los barrios deprimidos del extrarradio- sembrara la destrucción en las principales urbes francesas.
El espectro de la violencia resurge de tanto en tanto desde entonces, a menudo con el mismo preludio: los enfrentamientos entre jóvenes de origen extranjero y las fuerzas del orden, que esta semana han vuelto a turbar la convivencia en dos ciudades separadas por quinientos kilómetros.
Karim Boudouda murió abatido a tiros por la Policía la noche del viernes 16, cuando escapaba en coche del casino que él y sus amigos acababan de atracar pistola en mano cerca de Grenoble. En el estrépito de la persecución, los fugitivos dispararon a los agentes con peor puntería que éstos. Un día después, otro joven perdió la vida alcanzado por una bala en la localidad de Saint-Aignan al saltarse un control policial a bordo de un automóvil robado y arrollar a un gendarme.
Disturbios
Una muchedumbre ávida de venganza tomó de inmediato las calles de Villeneuve -el suburbio donde residía Boudouda- pertrechada con combustible, cerillas y bates de béisbol. Más de ochenta vehículos ardieron y un tranvía fue asaltado y evacuado entre agresiones a los uniformados. Al mismo tiempo, otra turba armada con hachas trató de asaltar la comisaría local de Saint-Aignan, en el centro del país.
En vista de la gravedad del asunto y temiendo un efecto dominó incontrolable, Sarkozy ordenó el despliegue de 250 militares y declaró la «guerra» a la violencia urbana.
Hubo un tiempo en que esta palabra sirvió de comodín al líder conservador para repuntar su popularidad. Ahora, hundido en las encuestas a raíz del escándalo L'Oréal, Sarkozy confía en jugar bien las cartas de la respuesta y contener los buenos números de la oposición, que ha vuelto a arremeter contra los «excesos» policiales.
Más allá del rédito electoral, la violencia de la 'banlieue' plantea uno de los mayores desafíos que enfrenta el Estado galo. Erigidos sobre extensos descampados en los arrabales urbanos durante el 'boom' migratorio de los años 50, estos barrios marginales acogen a miles de jóvenes nacidos en Francia que sin embargo profesan mayor lealtad al país de sus progenitores.
Con todo, es improbable que el desarraigo explique por sí solo lo ocurrido. Según un estudio del influyente International Crisis Group, el ascenso del salafismo -un movimiento islámico- es imparable desde el 11-S. De hecho, el Ejecutivo de Jacques Chirac pidió ayuda en 2005 a imanes de los Hermanos Musulmanes para templar los ánimos de los alborotadores. Aun así, el informe rechaza la radicalización como único factor y recomienda nuevos programas públicos de integración para evitar la adhesión de los adolescentes magrebíes al islamismo.
Ayudas sociales
El pueblo galo rechaza, sin embargo, asumir la abultada factura y pide mano dura. Sarkozy llegó en 2007 al Elíseo entre promesas de «guerra» y contundencia contra la delincuencia. Le avalaron sus años como ministro del Interior, cuando el número de 'sin papeles' deportados se dobló. Por esas fechas, el político ultraderechista Jean-Marie Le Pen accedió a la segunda vuelta de los comicios presidenciales de la mano de un discurso férreo contra los inmigrantes. El ascenso de su partido, el Frente Nacional, encendió las alarmas en París y evidenció el recelo de un amplio sector ciudadano a la llegada de extranjeros.
Así y todo, Francia sigue siendo una de las naciones más tolerantes con la inmigración y lleva a cabo un esfuerzo ímprobo por integrarles. Ellos son los principales beneficiarios de las ayudas públicas y de vivienda.
Pero, por otro lado, la Administración prevé endurecer las normas migratorias para inculcar en los extranjeros «los principios y valores esenciales de la República». La ley avanza en la senda de otra propuesta muy criticada que contempla la creación de un contrato social sobre la identidad nacional. Los inmigrantes deberán firmarlo para quedarse. Liberté, égalité, fraternité. El que no cumpla, no será bienvenido.
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domingo, 25 de julio de 2010
La Intifada de la 'banlieue'
Paris,25.07.10,eldiariomontanes.es, EDER PÉREZ GARAY.
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