Najwa Malha, una adolescente madrileña de origen marroquí, está convirtiéndose en una peligrosa arma arrojadiza en manos de los sectores más xenófobos e islamófobos de la sociedad española. Y todo porque esta muchacha, en uso de su derecho a vestir como quiera, ha optado por llevar sobre su joven cabeza el hiyab, no un burka, sino un sencillo pañuelo con el que las mujeres musulmanas cubren su cabeza.
El Instituto Camilo José Cela de la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón ha prohibido el uso de este pañuelo y no permite que Najwa entre con él a clase. La chica lleva 20 días sin poder seguir sus estudios en este Instituto, y está bajo tratamiento psicológico. Las pintadas contra el uso del velo y contra las costumbres de la sociedad musulmana se multiplican en España, y no sólo en los alrededores de Madrid. ¡La guerra por un pañuelo! ¡Guerra al Islam, que vienen los moros!
En los últimos años, los sectores más extremos de la sociedad española están lanzando un salvaje grito de guerra, de la mano de no pocos obispos, cuando el actual gobierno, intentando ser coherente con la Constitución, trata de hacer real el principio de laicidad de nuestra Carta Magna, un principio que la Iglesia Católica se resiste, de forma burda y con algaradas callejeras, a aceptar.
Si un observador objetivo se decide a detenerse en estos dos fenómenos llegará a la conclusión de que el pañuelo de Najwa no ofende a nadie, mientras que los crucifijos en la mayor parte de nuestras instituciones civiles, en muchos colegios laicos, y en todos los colegios religiosos concertados (con dinero del estado) sí pueden herir, no sólo la sensibilidad religiosa (o a-religiosa) del ciudadano, sino la línea de flotación de una sociedad expresa y constitucionalmente laica.
Uno de los argumentos utilizados por los islamófobos y xenófobos contra el velo de Najwa es que es un signo de opresión de la mujer musulmana. ¡Qué desvergüenza! En primer lugar el hiyab no representa ya hoy ningún signo de opresión (hay que insistir en que no es un burka) en la mujer musulmana, sino más bien un signo tradicional aceptado por unas y no por otras; por otra parte la reivindicación a favor de la liberación de la mujer, en este caso, debería ser protagonizada por ellas mismas, y no por una sociedad como la nuestra, en la que los signos externos de la opresión de la mujer están al orden del día, tanto en la sociedad civil como en los colectivos católicos. En buena lógica, deberíamos comenzar por ahí. ¡Qué hipocresía más grande querer ver la paja en el velo de Najwa y las hijas de Mahoma y no la viga en los gigantescos burkas de nuestra sociedad occidental!
¡No más guerras santas! No hacemos ningún servicio a la liberación de la mujer musulmana prohibiendo que vayan a clase con su hiyab. La próxima Ley de Libertad Religiosa, prevista para principios de este verano, no debería bajar a aspectos tan puntuales y pequeños como un pañuelo. Pero sí a la presencia de crucifijos en las instituciones civiles y laicas de nuestro país, a los funerales “católicos” de estado, a la presencia de sotanas en el ejército, y a la ya insoportable prepotencia de mitras y báculos en no pocos actos públicos, sin olvidar un tema nada baladí como el referido a los presupuestos generales del estado, donde la Iglesia Católica (y no la islámica o la protestante o la judía) se lleva (crudos) gran parte de los dineros del pueblo.
Es una crueldad social someter a Najwa a la humillación y la tortura de no poder asistir a clase en su propio instituto, en base a unos artículos de reglamento interno dudosamente legales. La educación es un derecho que prevalece sobre tan pobre argumento discriminatorio como un pañuelo, que a juicio de reconocidos arabistas (como Gema Martin Muñoz) hoy día no significa ya una sumisión de la mujer musulmana. Los únicos que van a sacar partido de esta guerra son los cada vez más crecientes colectivos islamófobos y la extrema derecha española, siempre atenta a rentabilizar todo aquello que represente un avance en la libertad, la democracia, la tolerancia, el diálogo y los derechos humanos de nuestra sociedad.
Islam España es el portal del islam en lengua española , un proyecto de futuro para la convivencia,la cooperación y el diálogo.
El Instituto Camilo José Cela de la localidad madrileña de Pozuelo de Alarcón ha prohibido el uso de este pañuelo y no permite que Najwa entre con él a clase. La chica lleva 20 días sin poder seguir sus estudios en este Instituto, y está bajo tratamiento psicológico. Las pintadas contra el uso del velo y contra las costumbres de la sociedad musulmana se multiplican en España, y no sólo en los alrededores de Madrid. ¡La guerra por un pañuelo! ¡Guerra al Islam, que vienen los moros!
En los últimos años, los sectores más extremos de la sociedad española están lanzando un salvaje grito de guerra, de la mano de no pocos obispos, cuando el actual gobierno, intentando ser coherente con la Constitución, trata de hacer real el principio de laicidad de nuestra Carta Magna, un principio que la Iglesia Católica se resiste, de forma burda y con algaradas callejeras, a aceptar.
Si un observador objetivo se decide a detenerse en estos dos fenómenos llegará a la conclusión de que el pañuelo de Najwa no ofende a nadie, mientras que los crucifijos en la mayor parte de nuestras instituciones civiles, en muchos colegios laicos, y en todos los colegios religiosos concertados (con dinero del estado) sí pueden herir, no sólo la sensibilidad religiosa (o a-religiosa) del ciudadano, sino la línea de flotación de una sociedad expresa y constitucionalmente laica.
Uno de los argumentos utilizados por los islamófobos y xenófobos contra el velo de Najwa es que es un signo de opresión de la mujer musulmana. ¡Qué desvergüenza! En primer lugar el hiyab no representa ya hoy ningún signo de opresión (hay que insistir en que no es un burka) en la mujer musulmana, sino más bien un signo tradicional aceptado por unas y no por otras; por otra parte la reivindicación a favor de la liberación de la mujer, en este caso, debería ser protagonizada por ellas mismas, y no por una sociedad como la nuestra, en la que los signos externos de la opresión de la mujer están al orden del día, tanto en la sociedad civil como en los colectivos católicos. En buena lógica, deberíamos comenzar por ahí. ¡Qué hipocresía más grande querer ver la paja en el velo de Najwa y las hijas de Mahoma y no la viga en los gigantescos burkas de nuestra sociedad occidental!
¡No más guerras santas! No hacemos ningún servicio a la liberación de la mujer musulmana prohibiendo que vayan a clase con su hiyab. La próxima Ley de Libertad Religiosa, prevista para principios de este verano, no debería bajar a aspectos tan puntuales y pequeños como un pañuelo. Pero sí a la presencia de crucifijos en las instituciones civiles y laicas de nuestro país, a los funerales “católicos” de estado, a la presencia de sotanas en el ejército, y a la ya insoportable prepotencia de mitras y báculos en no pocos actos públicos, sin olvidar un tema nada baladí como el referido a los presupuestos generales del estado, donde la Iglesia Católica (y no la islámica o la protestante o la judía) se lleva (crudos) gran parte de los dineros del pueblo.
Es una crueldad social someter a Najwa a la humillación y la tortura de no poder asistir a clase en su propio instituto, en base a unos artículos de reglamento interno dudosamente legales. La educación es un derecho que prevalece sobre tan pobre argumento discriminatorio como un pañuelo, que a juicio de reconocidos arabistas (como Gema Martin Muñoz) hoy día no significa ya una sumisión de la mujer musulmana. Los únicos que van a sacar partido de esta guerra son los cada vez más crecientes colectivos islamófobos y la extrema derecha española, siempre atenta a rentabilizar todo aquello que represente un avance en la libertad, la democracia, la tolerancia, el diálogo y los derechos humanos de nuestra sociedad.
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