El escritor Juan Pedro Aparicio asumirá el papel de comisario para esas celebraciones tras dejar su actual puesto de director del Instituto Cervantes de Londres. EFE/Archivo
La democracia parlamentaria no nació en Inglaterra, como creen todavía muchos erróneamente, sino en el ibérico reino de León, en medio del fragor de la Reconquista, según establece el historiador australiano John Keane en su monumental "Vida y Muerte de la Democracia" (Simon & Schuster).
Es un reconocimiento oportuno cuando León se dispone a celebrar por todo lo alto, el próximo año, los 1.100 años de la fundación del Reino, señala a Efe el escritor Juan Pedro Aparicio, que asumirá el papel de comisario para esas celebraciones tras dejar su actual puesto de director del Instituto Cervantes de Londres.
"La democracia parlamentaria nace en León y desde ahí se exporta a toda España y al resto de Europa y al mundo. Nunca se había anunciado antes de manera tan clara como en el libro de Keane", afirma Aparicio, que respira evidente satisfacción por las menciones de ese hecho en las elogiosas reseñas del libro que se han publicado estos días en la prensa británica.
"Es un hito en la celebración del milenario y habrá que prestarle la atención debida", señala el escritor, él mismo de origen leonés, según el cual tradicionalmente la creación de las primeras Cortes leonesas, en 1188, se han estudiado "aisladas del contexto más general" del desarrollo de la democracia en Europa.
Keane no puede ser más claro en su libro al afirmar que las Cortes leonesas "no tienen precedente": contrariamente a ciertos chovinistas relatos británicos, que presumen con arrogancia de que "las instituciones parlamentarias son el mayor regalo del pueblo inglés a la civilización mundial, los parlamentos fueron un invento de lo que es hoy el norte de España", escribe el historiador.
"Ese invento se produjo más de un milenio después de los experimentos griegos con el autogobierno y se anticipó en seiscientos años a la llegada de la democracia representativa tal y como iba a entenderse, por ejemplo, durante la Revolución francesa", agrega el profesor de política de la Universidad de Westminster, del Wissenshaftszentrum, de Berlín y fundador del "Centro para el Estudio de la Democracia".
"Con cierta exageración, escribe Keane, podría decirse que los musulmanes fueron los responsables de que surgieran los parlamentos ya que éstos nacieron de las luchas por el poder entre cristianos empeñados en la conquista militar de las tierras del Islam", desde España o Sicilia hasta Constantinopla.
Keane dedica varias páginas de su voluminosa obra a explicar cómo el rey Alfonso IX de León (1188-230) se convirtió en un importante actor político de la Reconquista y cómo tuvo que buscar la solidaridad no sólo de la Iglesia y los nobles, sino también de los representantes de las ciudades de su Reino, los llamados "hombres buenos", para hacer frente a la amenaza musulmana.
Las Cortes reunidas en la iglesia leonesa de San Isidoro no fueron, afirma el historiador la típica reunión de "aduladores cortesanos", sino que supusieron una novedad radical.
El Rey prometió que a partir de aquel momento consultaría y aceptaría el consejo de los obispos, los nobles y los "hombres buenos" de las ciudades en asuntos como la paz, la guerra y los tratados.
"Prometo también que no haré guerra ni paz ni tomaré acuerdo sin reunir a los obispos, nombres y hombres buenos, por cuyo consejo debo guiarme", reza la carta magna leonesa, anterior en algo más de un cuarto de siglo a la que el rey Juan sin Tierra se vio obligado a otorgar a los nobles ingleses en 1215.
Y añade, traducido del latín, el documento leonés: "Establezco además que ni yo ni nadie de mi reino destruiremos o invadiremos casa ajena ni cortaremos viñedos o árboles de otros (...)Ordeno también que nadie se atreva a apoderarse por fuerza de bienes muebles o inmuebles poseídos por otros. Quien se apoderara de ellos, restitúyalos doblados al que padeció violencia".
Frente a la presunción ateniense de que la democracia exigía un sentido de "comunidad política no sujeto a división alguna, las Cortes (leonesas) descansaban en el supuesto contrario: en la probabilidad de conflictos de intereses y en lo deseable de que se resolviesen mediante compromisos pacíficos", explica Keane.
"Vida y Muerte de la Democracia" desmonta también otros mitos como el que la democracia asamblearia fuera un invento griego pues lo cierto es que nació dos milenios y medio antes de Cristo en tierras que corresponden a lo que son hoy Irak, Irán y Siria, desde donde se extendió hacia el subcontinente indio por el Este y hacia Grecia y el Mediterráneo por Occidente.
Keane destaca asimismo la contribución de algunos pensadores políticos del Islam a la teoría de la democracia, entre ellos Abu Nasr-al-Farabi (C.8750-950), quien, tras analizar ventajas e inconvenientes, llegó a la conclusión de que era la única forma de gobierno que permitía que surgieran dirigentes virtuosos, es decir, como dice metafóricamente Keane, que "la nata aflorase libremente a la superficie de la leche".
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