lunes, 27 de agosto de 2007

Kanouté, ejemplo solidario en Malí

Lo recibieron como un héroe enviado para ayudar a los más necesitados acompañamos a Frèdèrik Kanouté, estrella del Sevilla F.C., en su regreso a Malí, donde lidera un proyecto social para niños de la calle. Es su primer «gol» antes de la Liga que comienza el próximo fin de semana.

Bamako, 27 de agosto de 2007, el mundo.es

Frèdèric Oumar Kanouté, delantero de 30 años cuyo apellido significa «amado» en lengua kasongué, impresiona también fuera del estadio. Con 1,92 metros de estatura, el pelo rapado, el gesto impertérrito y majestuoso, algo enigmático, y esa elegante túnica tradicional, llamada bubú, de color blanco marfil que luce hoy, sobresale como un jefe de aura divina mientras reparte saludos a diestro y siniestro sin torcer jamás la cara ni derramar una sola gota de sudor.

A la fresca sombra de los mangos han montado una carpa con sillas y en la primera fila lo han colocado junto a su mujer, Fátima Kamissoko, de 34 años, y sus hijos Ibrahim e Imán, de 5 y 3. Un grupo de músicos toca con tambores y unos xilófonos primitivos con calabazas a modo de teclas, mientras un moderno dj les hace la competencia con su potente equipo de altavoces. Faz y envés de esa África que por un lado vive sin electricidad y por otro habla con móviles de última generación. «Por la cooperación al desarrollo», ensalza positivo un gran cartel firmado por la fundación solidaria que Kanouté creó en su etapa de jugador en Londres, Development Trust, y su socio local, la Asociación Malí para la Educación y el Desarrollo (AMED).

En el campo, cerca del río Níger, Kanouté promueve la construcción de una residencia para niños abandonados, como esos a los que muchos padres de los pueblos envían a Bamako a vivir al amparo de un karamogo, un maestro coránico, y que acaban mendigando en las calles para poder pagarle (si no, corren el riesgo de una paliza) el techo, la comida y las clases. Vivirán en 11 casas con 10 plazas cada una, al cuidado de una madre y una tía adoptivas contratadas, y recibirán formación en la escuela-taller. En el modélico complejo, además de campo de fútbol y baloncesto, huertos y una mezquita de dos plantas, habrá una clínica abierta también a los habitantes de la comarca.

Apoyo andaluz.

El jugador coge el micrófono para agradecer, en francés (porque del bambara nativo de su padre apenas sabe unas palabras), la calurosa bienvenida. «Ésta no es una tarea sólo de Kanouté», dice hablando de sí en tercera persona, «es un trabajo de todo el mundo. Por eso quiero implicaros, para que avancemos juntos». El presupuesto estimado es de 750.000 euros. De momento, el futbolista cuenta, además de con los donantes anónimos, con el apoyo del Fondo Andaluz de Municipios para la Solidaridad Internacional (FAMSI) y la Fundación Internacional de Síntesis Arquitectónica de Sevilla, que se encargará de diseñar y construir el complejo infantil en un plazo de año y medio. Antonio Ojeda y Emilio Rabasco, del FAMSI, sueñan con que este proyecto sea el puente para otros muchos de cooperación entre España y Malí, un país origen de inmigrantes (aunque sólo hay 16.448 censados en España) y de los más estables del continente, al que el Gobierno español ha concedido prioridad dentro de su Plan África.

Brema Diabaté y Bali Konaté, dos veteranos griots (cronistas orales de la tradición nacional) trazan a voces ante los aldeanos la biografía-hagiografía del héroe. Nosotros seguimos el hilo. El futbolista nació el 2 de septiembre de 1977 en Sainte Foy Les Lyon, una localidad periférica y multirracial de la ciudad francesa de Lyon. Es uno de los tres hijos de Oumar Kanouté, un malí musulmán de la villa de Kayes (cercana a Senegal y vivero todavía hoy de la mayoría de los paisanos que intentan emigrar a España) que con 20 años se fue a Francia para trabajar de obrero hasta su jubilación en una fábrica de Bosch. Su madre se llama Danielle Effantin, una francesa (blanca, de tradición cristiana) que ejerce de profesora de Filosofía en un instituto.

Con 6 años alistaron al mulato Oumar en el club Charcot. Su primer contrato profesional, a los 18, con el Olympique de Lyon, lo obligó a dejar los recién iniciados estudios universitarios de Lenguas Extranjeras. De allí pasó a los londinenses West Ham y Tottenham Hotspur, de donde vendría fichado al Sevilla en 2005. Desde entonces, ha estallado como deportista. En la primera temporada española marcó sólo seis goles, pero en la pasada logró 30. Muchos de ellos, determinantes: ha mojado en las finales de los cuatro títulos que ha ganado el super Sevilla desde que él viste de blanco: dos Uefas (contra el Middlesbrough y el Espanyol), una Copa del Rey (el pasado junio ante el Getafe) y la Super Copa europea de 2006 que le ganó al Barça. Esta temporada le espera la Champions y la carrera .

Se estima que Kanouté gana un fijo en el Sevilla de al menos 600.000 euros anuales, a los que hay que sumar primas y publicidad. En Malí, un pequeño comerciante no gana más de 100 euros al mes; una enfermera, 1.000 francos CFA (moneda común de 14 países africanos) diarios, o sea, un euro y medio. El abismo es tan obvio que el deportista está obsesionado por contribuir con su tiempo y su dinero a desarrollar al hermano pobre de su patria, una tierra que ama desde que la pisó por primera vez con 9 años. «Fue una experiencia increíble: ¡Descubrí que en África los niños tenían libertad!».

Camino de la finca, el futbolista enseña a sus hijos el mundo que se extiende más allá de las ventanillas del Mercedes 4x4 (que no es suyo, sino prestado por un amigo de la selección). «¡Mirad los caballos, mirad los corderos!». Fátima, su mujer, una malí licenciada en comercio internacional que emigró de niña con su padre médico a Europa y Arabia Saudita, está contenta de abrirles los ojos a la realidad africana, tan distinta de la urbanización exclusiva en la que viven en Mairena del Aljarafe, en Sevilla. «Es muy bueno que vean que el mundo no es sólo como en Europa». Ella está igual de empeñada que su marido en el proyecto solidario. Más aún desde que ha visto a decenas de niños durmiendo en las aceras de Bamako. «He pasado toda la noche llorando».

En la finca que compraron vive una familia con su prole, en medio de la nada. El símbolo rotundo de su pobreza es el balón de uno de sus hijos, con una raja por la que se escapa, como un intestino por una puñalada, un fleco de los trapos que rellenan su interior. ¿Cuánto tiempo hace que un crío jugó por última vez en España con una pelota de trapo? Quizás no hace tanto. En la tierra de la futura ciudad de los niños despunta la yerba gracias a las primeras lluvias del año. Es la vida que resurge de la sequía, negándose a morir.

Devoción islámica.

Como es viernes y la hora de la oración del mediodía, Kanouté y su equipo parten deprisa hacia la mezquita de N’gabacoro para rezar. En el camino habla de su descubrimiento del Islam con 20 años. «Empecé a creer en la unidad de Dios, y en la igualdad de los hombres ante Dios. Estuve buscando la razón de la vida. Por qué estamos en este mundo, para hacer qué. El Islam contestaba a todas mis preguntas», dice pausado antes de mostrar su rechazo a los extremistas. Su fe la traslada al césped: cuando mete un gol señala al cielo para agradecer a Alá su suerte, y durante un tiempo se negó a exhibir en su camiseta del Sevilla la publicidad de la empresa de apuestas por Internet 888.com, alegando que el Corán prohíbe despilfarrar dinero en juegos de azar.

Mientras Kanouté reza en la mezquita, fuera Kofi Male, de 18 años, relata sus penurias. «Mis padres murieron. Soy futbolista, pero no tengo medios para jugar ni para ir a Bamako a buscar equipo. Aunque hago ejercicio cada mañana y soy capaz de pasarme la pelota por arriba de tacón». Kofi calza chanclas.

Comemos en el pequeño despacho caldeado del alcalde: piernas de cordero a pellizcos y refrescos de American Cola. Tras la comida, las líderes de varias asociaciones del pueblo le desgranan al periodista más carencias: faltan centros de albafetización; difundir las nuevas tecnologías; introducir herramientas domésticas, como los molinos de mijo, para reducir el trabajo colosal de las mujeres; campañas de sensibilización contra la mutilación genital femenina (se estima que el 90% de las malíes ha sufrido la ablación del clítoris); planificación familiar para frenar los embarazos no deseados... Un mundo nuevo por construir.

En el camino de vuelta a Bamako, Kanouté reflexiona sobre su doble identidad como europeo y africano. «Hay un dicho en francés: ‘Tengo el culo entre dos sillas’. Nací en Francia y soy francés, pero la gente me hizo sentir que para unas cosas soy francés y para otras soy un negro. Tengo una raíz en África, y para mí eso es una riqueza. La intolerancia es algo que me extraña, porque soy la prueba viviente de que dos culturas pueden convivir juntas». Se estrenó con la selección francesa juvenil pero, como no volvieron a llamarlo, aprovechó un cambio fugaz en la normativa de la FIFA para vestir desde 2004 la camiseta de los águilas de Malí, su otra nacionalidad. Dice que como futbolista disfruta al sur del Sáhara una experiencia humana mucho más honda que al norte. Su compromiso es férreo, a juzgar por las peripecias que cuenta. «Aquí el fútbol es una locura, porque la gente tiene muchos problemas y libera en él su frustración. Cuando perdimos contra Togo el partido decisivo de clasificación para el Mundial de Alemania, nos tiraban piedras al autobús», rememora.

Expectación. Paramos en Bamako ante la oficina de FISA, la asociación de arquitectura social. Contaba Kanouté que aquí, como en la emocionalmente africana Sevilla, no puede quedarse quieto «más de 30 segundos» en la calle porque lo asaltarán los aficionados. Y así es. Los niños y chavales del barrio lo descubren al instante y acaban invadiendo el despacho. De allí los saca amablemente tras saludarlos a todos. «Mira, son chicos fuertes, pero sin formación. Lo que hace falta es canalizar toda esta energía», observa la arquitecta Milena Chiarello mientras los chavales tocan a su ídolo. Podría labrarse aquí una exitosa carrera como político. Él descarta la idea y sostiene que cuando se jubile del fútbol se concentrará en sus proyectos de desarrollo y sus negocios privados, como su primera empresa, la marca francesa de ropa Fortune.

La jornada acaba en el hotel Salam, de cinco estrellas, donde se aloja a falta de casa propia (aclara que no puede tenerla porque se la invadirían los fans). En el vestíbulo, también los poderosos locales quieren retratarse a su lado con la cámara del móvil. Si cobrara un euro por cada apretón de manos, cada foto, cada autógrafo, tendría fondos ya para coser un millón de balones destripados de trapo, pintar 10.000 porterías oxidadas, alimentar y sacar de la calle a una legión de chiquillos. Kanouté sonríe tranquilo. Porque tiene la paciencia infinita de los iluminados. Y la del predador del área que está seguro de que acabará marcando el gol decisivo que todos esperan de él. Aunque sea de penalti y en el último minuto.
• El Fondo Andaluz de Municipios para la Solidaridad Internacional (FAMSI) colabora con el proyecto de Kanouté en Malí. Tel.: 957 49 71 83. E-mail: famsi@andaluciasolidaria.org

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