domingo, 22 de abril de 2012

“No hay nada en el Islam que deba impedir el avance de la democracia”

EE.UU,22/04/12,clarín, Alfred Stepan


Una creciente proporción de musulmanes vive actualmente en países democráticos y esa es una tendencia difícil de contrarrestar, afirma este prestigioso politólogo estadounidense. Henos aquí con uno de los más prestigiosos politólogos de los Estados Unidos, profesor de la Universidad de Columbia y autor de libros fundamentales sobre transiciones democráticas en América Latina y otras regiones del mundo. Y nos encontramos con un personaje que dista del académico frío, hermético, apoltronado en su torre de marfil. Alfred Stepan, 75 años, no para de hablar, contar anécdotas y recordar hasta el más mínimo detalle como si fuera ayer; el día y la hora en que conoció a Fernando Enrique Cardoso en Brasil hace cuarenta y cinco años, cuando llegó como corresponsal de la revista The Economist; su paso por Chile a comienzos de los ‘70 y Argentina, a poco de terminada la guerra de Malvinas en el ‘82, y de allí a su atracción por procesos históricos más exóticos a la cultura occidental; Indonesia, India, Pakistán, Turquía y el mundo árabe, en donde observa que la semilla de la democracia prende y germina pero debe ser cultivada sin los aparatos teóricos y fórmulas de laboratorio que toman como referencia modelos que ya no existen en el mundo. Stepan fundó y dirige el Centro de Estudios sobre Democracia, Tolerancia y Religión de su universidad, influyente think tank que recibe a académicos de todo el mundo y ofrece soporte a los procesos de transición en Asia, Europa Central, Africa y América latina. Se refiere a la “Primavera árabe” y las elecciones en los EE.UU., y resalta los progresos que tuvo nuestra región en materia de libertades y derechos pero advierte que “la calidad de la democracia no puede mejorar con estos niveles de desigualdad”.

 Participó recientemente en Buenos Aires de un tributo internacional a Guillermo O’ Donnell, organizado por la Universidad de San Andrés, la Fundación OSDE y el Kellog Institute de la Universidad de Notre Dame. Desde hace cuarenta años usted viene estudiando las caídas de regímenes autoritarios y el surgimiento de nuevas democracias. ¿cuál ha sido la clave del éxito o fracaso de estas transiciones? En los años ‘70, al estudiar los quiebres que llevaron al poder a regímenes totalitarios o autoritarios, constatamos los modos en que la propia inacción o acción de los partidos y líderes políticos habían posibilitado la caída de las democracias; por eso centramos la atención en lo que entendíamos debían hacer los demócratas para evitar que se repitieran los fracasos anteriores. Diez años después, encontramos que esa experiencia había “viajado” desde el sur de Europa (España, Grecia y Portugal) hacia el Cono Sur americano, con las salidas de las dictaduras militares y el renacer de las democracias, de manera que el aprendizaje de unos procesos podía ayudar a los otros a encontrar un rumbo cierto. Así ocurrió, y creo que ese aprendizaje fue una gran contribución. ¿Sucedió luego algo parecido con los cambios políticos en Europa del Este y la Unión Soviética? Así es.

 Uno de los interrogantes que despuntaba en aquella agenda era hasta qué punto nuestra noción del Estado nacional y la ciudadanía tan propia de la tradición francesa, moderna y secular (“un pueblo, una nación, un idioma”) era aplicable a sociedades y países integrados por varias nacionalidades, idiomas y minorías étnicas y religiosas. De modo que pasar de un régimen autoritario a otro democrático debería requerir la creación de un idioma común y una cultura compartida en sociedades con una profunda diversidad multicultural. Esto nos lleva a nuevos “viajes”; es decir, a aproximarnos a un mejor conocimiento de cómo se organizaban otras sociedades -India, Pakistán, Bangladesh, Turquía, Indonesia, algunos países de Africa occidental, etc. No existía en el mundo occidental una buena explicación teórica de esos procesos y entonces hubo quienes creyeron que las democracias no serían viables en esas realidades tan diferentes. 

Sospechamos que no tenía por qué ser así y trabajamos sobre lo que llamamos “democracias multinacionales”. Nos referíamos a estados en los que varios grupos se reivindican como minorías nacionales y su derecho al autogobierno. Muchos sostienen que la democracia no puede prosperar allí donde existen mayorías musulmanes ¿Cómo lo ve usted? Es absolutamente cierto que tomando los últimos treinta años continuados no hubo ningún país árabe que haya adoptado la democracia, pero los musulmanes árabes son sólo el 22% de los musulmanes que hay en todo el mundo. Y del otro 78%, 400 millones, están viviendo en democracias Eso es ahora Indonesia, Turquía, Senegal, Albania (con una importante población musulmana, que ya lleva diez años seguidos en democracia). 

Lo que eso significa es que de un conjunto completo de 44 países del mundo que tienen mayoría musulmana, nos encontraremos con la sorpresa de que la democracia está funcionando bastante mejor que lo que muchos escépticos señalan. ¿Significa esto un aliciente mayor para las “Primaveras árabes”? Sólo puedo anticipar una cosa: no hay nada en el Islam que deba impedir el avance de la democracia. Miremos la Asociación de Países del Sudeste Asiático (ASEAN), son diez países y de esos, durante diez años seguidos, la democracia más importante por número no es Filipinas católico, no es Singapur confucionista, no es Tailandia budista: es Indonesia, musulmana. No hay nada en los países árabes que se base en la religión y que lo impida. Eso sí, mirémoslo desde los dos lados: existe lo que yo denomino las “tolerancias gemelas”, los religiosos deben aceptar las leyes e instituciones que cobijan a todos los ciudadanos: religiosos de las distintas fe y no religiosos. 

Pero también los Estados deben cobijar y respetar las distintas creencias y prácticas religiosas. ¿Incluiría a Irán en este grupo de países? Es diferente pero igualmente interesante. Seis meses después de la revolución islámica, dos tercios de los ayatolas más altos en Irán fueron puestos bajo arresto domiciliario y muchos siguen estando detenidos, porque ellos consideraban que la reivindicación de Khomeini de ser el “jurista supremo” sencillamente no tenía ninguna base teológica en el Corán. No hay una sola palabra en el Corán sobre cómo debe organizarse un Estado islámico. Encontramos pensamientos e ideas que pueden tener distintas interpretaciones. Y hasta podemos descubrir que el Corán plantea cosas bastante consistentes con la concepción moderna de la democracia. ¿Por ejemplo? Una de ellas es que en asuntos de religión no puede haber obligación. 

Es la palabra de Dios: ¿Cómo podemos imponer nuestra religión a alguien? No podemos arrogarnos ese derecho. Pero también, si tenemos que crear un Estado para poder vivir todos colectivamente, ¿qué dice el Corán? Dice algo parecido a “consenso”. Y además hay una alusión a que no existe una fórmula establecida en forma absoluta: es necesario el discernimiento independiente. Algunas de estas ideas podemos encontrarlas hoy en discusiones de los partidos islámicos en Túnez o Egipto, donde se están desarrollando procesos electorales y constituyentes. El problema allí es menos entre islamistas y liberales laicos que dentro mismo de ambos lados y reside sobre todo en la falta de diálogo entre ellos. ¿No habría entonces que ser tan pesimista sobre la evolución de esos procesos? Hay que observar con cuidado las señales y evitar los juicios apresurados. En Egipto, entre la gran cantidad de personas que son liberales tienen una gran desconfianza de los musulmanes y los musulmanes dicen: los liberales son muy buenos demócratas pero no se hablan entre ellos, no desarrollaron ningún plan ni antes de que cayera el gobierno ni tampoco después. Ni siquiera emitieron un documento conjunto. 

Y los liberales, los jóvenes, los que fueron a la plaza Tahrir estaban tan aterrados de ser dominados por los musulmanes que fueron a hablar ¡con los militares! para redactar la nueva Constitución ... En términos de transición democrática eso es algo terrible. En Túnez se logró un acuerdo fundamental entre los partidos, que firmaron casi todos. Es decir, hay una sociedad política, algo que aún no se ve claramente en Egipto. ¿Ve parecidos entre las transiciones en el mundo árabe y las de América latina de los años ‘80? Hay lecciones fascinantes, como la de la transición chilena, donde gente que se odiaba tuvo que ceder de ambos lados. 

Transformaron lo que eran en otra cosa. Y también la Argentina. Recuerdo que cuando se produjo Malvinas, sabíamos que la Argentina sería vencida en esa guerra absurda. Esperaba que llegara ese día porque sabía que el régimen militar caería, lo que nadie sabía es qué es lo que vendría luego y de qué modo se las arreglaría una dirigencia política que había sido liquidada durante esos años. Recuerdo que estuve en Buenos Aires y pude conocer a Alfonsín, y conversar con él y él vio con mucha claridad que los militares no podían continuar y que tendría que haber un giro fundamental y empezamos a hablar sobre la transición democrática. Él vio que debía llegar a mucha otra gente, transformando las conductas tradicionales. Cuando no existen ese liderazgo y esos consensos, lo mejor es la opción parlamentaria, que puede propiciar coaliciones de gobierno multipartidarias. 

Señas particulares nacionalidad: estadounidense edad: 75 años actividad: profesor de ciencia politica Es fundador y director del Centro de Estudios sobre Democracia, Tolerancia y Religión de la Universidad de Columbia, EE.UU.

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